domingo, 22 de noviembre de 2009

LA ADOLESCENCIA

ESCRITO REFLEXIVO

JORGE ELIÉCER VILLARREAL FERNÁNDEZ

La adolescencia es una etapa de la vida de los seres humanos que ha venido recibiendo una carga negativa muy grande producto de los cambios que el adolescente muestra y que no son bien recibidos por los adultos por las características que estas transformaciones tienen y las actuaciones que causan.

Lo que se puede entender de manera inmediata es que adolescencia significa cambio y como todo cambio es un salto al vacío para quien lo da. Es un cambio hacia lo desconocido y sin quien, en muchas ocasiones, guie o por lo menos muestre el camino que se va a recorrer. Es dejar una situación, una vida, un paraíso, para asumir otras.

En esta medida hay que tener en cuenta que “toda vez que se renuncia a algo a cambio de otra cosa, toda vez que se está por transferir la pasión a otra persona, a otro dominio o a otro orden de la existencia estos hechos comienzan con alguna forma de violencia”[1]. Es análogo a la forma en que las revoluciones intentan transformar las sociedades iniciando con violencia, la cual puede ser desmedida en la medida en que los aspectos contradictorios de los cambios no se resuelvan, “la adolescencia constituye una conmoción del orden establecido a favor de una determinación apasionada de ideales nuevos y aun no probados”[2]. Son ideales nuevos, aún no probados, desconocidos, el vacío. En todo salto al vacío existe el miedo al fracaso, el miedo a quedarse solo en esa lucha, a ser abandonado por aquellos que pudieran haber iniciado la lucha a su lado.

Es por esto que la confianza queda relegada a quienes piensan igual, actúen igual y sean iguales, es decir a los probados, a los que sean capaces de asumir las consecuencias de este viaje sin poner peros a lo que se presente. Pero al poco tiempo cae la ilusión ya que nadie es igual, nadie actúa igual y mucho menos asumen las dificultades. Las opciones que se presentan para continuar la tarea son diversas, las distintas estrategias y tácticas permitidas empiezan a llamar a los guerreros a nuevos caminos, los cuales son asumidos según los intereses individuales. En esta lucha quien se desvía se relega, así que los relegados y abandonados comienzan a crecer y la vanguardia a disminuir convirtiéndose esta en lo mejor de lo mejor, y donde esta lo mejor puede comenzar a imperar la selección natural donde los débiles van cayendo dejando paso a los fuertes.

La lucha iniciada es prolongada, no es fácil adquirir nuevos modos de pensar, sentir e imaginar, mucho más si hay oposición de adultos, familia y sociedad para que esto se consiga, si se sigue permitiendo que ese cordón umbilical amarre a una infancia negada por ellos mismos y ya ida en el tiempo y el espacio. Pero tampoco da tiempo de espera ya que la vida viene implacable y exige que se hayan ganado batallas tan grandes como esta para poder tener el derecho a continuar el camino del sufrimiento permitido.

El adolescente busca un lugar en la sociedad, su lugar, el lugar donde sus ambiciones personales puedan concretarse, pero esta ambición se enfrenta al ofrecimiento social que busca que el adolescente se instaure dentro del orden establecido, donde los sueños a cumplir son los del tirano y donde el papel del joven es ayudar a cumplir estos sueños, los valores colectivos de la sociedad están basados únicamente en los objetivos del presente. El joven busca más de lo que ofrece la vida diaria, “buscan ideales o valores a los que puedan guardar fidelidad”[3], esto no lo encuentra en la sociedad, que lo que ofrece es mentira, desigualdad e injusticia. La sociedad ofrece al joven guerrero la oportunidad de instaurarse en ella “sin sufrimiento”, sin pensar en trivialidades e ideales imaginarios, mostrando caminos de goce sin límites sin explicarles que siempre existe “el peligro de caer más allá de los límites, para no regresar jamás”[4], pero este peligro existe y se cobra victimas diariamente.

Esta ilusión cobra muchas víctimas entre los jóvenes, quienes rehúyen la prueba de convertirse en adultos y se refugian en otras realidades o en la muerte, dulce descanso para el ser cansado de una búsqueda infructuosa. Pero, como en el análogo combate, de la memoria de cada víctima nacen nuevas ilusiones que iluminan el camino para los guerreros que siguen incansables.

La sociedad inventa el mundo que el adolescente quiere para preservarse ella misma. No quiere que las ideas liberadoras del joven vayan a entrar en las mentes alienadas de sus serviles.

La capacidad de imaginación del adolescente crea mundos nuevos, mundos posibles donde abandonarse a su vida, donde generar constantes transformaciones para todos que permitan desarrollar cada uno su individualidad en lo colectivo. Sus aliados pueden llegar a ser los seres que están próximos a abandonar su vida, aquellos que tienen aún fresco el fragor de luchas anteriores y la sangre de los que van cayendo aún mancha sus vestiduras.

Son los aliados que nadie quiere, los que todos serán pero nadie quiere llegar, pero que en estos momentos pueden encontrar motivos comunes para alianzas que permitan aprendizajes que van a ser parte de la munición necesaria para poder llevar su lucha a puntos más altos.

Después de la larga jornada, la definición de la revolución estará en las manos de cada uno, el vencido que hará parte de las víctimas; el que cree que venció pero, cumpliendo la etapa obligada de las rebeldías juveniles, se apresura a crecer, “para dejar atrás sus modos torpes y fastidiosos y convertirse en adultos, sin otra opción que la de someterse a la benevolente tiranía de la rutina”[5], al poco tiempo se dan cuenta del sometimiento a que han sido lanzados por sus sueños y buscan aferrarse a la seguridad de la vida diaria, “reservando algún tiempo para dedicarlo a las emociones excitantes”[6].

Y queda también el vencedor, el que sobrevive la prueba de convertirse en adulto, el que en un mundo de perspectivas estrechas fue capaz de encontrar un sentido de continuidad en su lucha, establece sus propias leyes que van a guiar su vida. La valoración al vencedor crece cuando se entiende que el logro se hizo sin ayuda alguna de convención formalizada y, con frecuencia, sin la guía y el apoyo de los adultos, a veces a pesar de ella.

El joven vencedor es portador de renovación cultural, sus ideas ahora llevadas por un adulto, quien si tiene una posición, hacen que se enriquezca una sociedad que sin estos impulsos caería en la inmovilidad, espacio propicio para tiranías e injusticias.

Los adolescentes pueden hacer posible que su modo de pensar sobreviva sobre toda la podredumbre que la sociedad está ofreciendo; siguen dejando legados que permiten avanzar hacia el esclarecimiento de la humanidad. Sus sueños, expectativas, ganas de transformación son el combustible que mueve la historia y la construcción de las sociedades. Para descargar este documento vaya a: http://www.scribd.com/doc/22867276/REFLEXION-ADOLESCENCIA-PSICOANALISIS

[1] Kaplan, Louse. Adolescencia. El adiós a la infancia. Pág. 281.

[2] Ibíd. Pág. 282.

[3] Ibíd. Pág. 287.

[4] Ibíd. Pág. 287.

[5] Ibíd. Pág. 389.

[6] Ibíd. Pág. 389.

martes, 17 de noviembre de 2009

CONTRIBUCIÓN DE LA ENSEÑANZA DE CONCEPTOS AL RAZONAMIENTO MATEMÁTICO.

Anthony Andrés Olaya Paniagua. anthonyolaya@hotmail.com
Jorge Eliécer Villarreal Fernández. jorgevf2005@gmail.com
Natalia Andrea Herrera Méndez. naty2518a@gmail.com
William Darío Toro Ríos. willi2486@yahoo.es
Universidad de Antioquia
Resumen: El trabajo tiene como objetivo mostrar la forma y los resultados de aplicar tres estrategias cognitivas en la enseñanza de conceptos matemáticos y cómo estas posibilidades de enseñanza mejoran los niveles de razonamiento matemático y por ende las posibilidades de racionalizar problemas de las matemáticas, de otras ciencias y de la vida cotidiana. Presenta el marco teórico teniendo el cognitivismo como base del desarrollo del pensamiento y los enfoques cubano de la elaboración de conceptos, la enseñanza para la comprensión y la pedagogía conceptual. El razonamiento se ha definido como el desarrollo de los procesos de pensamiento aplicados a problemas matemáticos y los conceptos como construcciones abstractas de los sujetos. Se muestran las tres intervenciones realizadas en la Institución Educativa Normal Superior de Medellín de manera general, en uno de los dos conceptos trabajados. Los resultados permiten determinar que el mejoramiento del razonamiento matemático puede ser mejorado si las formas de trabajo en el aula están acordes con la manera como se define la forma en que los estudiantes aprenden. El trabajo es un acercamiento a un tema de interés para la investigación, el mejoramiento de la calidad en el pensar de nuestros estudiantes.
Para poder descargar el informe general de la practica puede dirigirse a: http://www.scribd.com/doc/22680933/CONTRIBUCION-DE-LA-ENSENANZA-DE-CONCEPTOS-AL-RAZONAMIENTO-MATEMATICO-INFORME Para descargar el trabajo completo puede dirigirse a: http://www.scribd.com/doc/22740727/CONTRIBUCION-DE-LA-ENSENANZA-DE-CONCEPTOS-AL-RAZONAMIENTO-MATEMATICO-UNA-MIRADA-DESDE-TRES-PERSPECTIVAS-COGNITIVAS-MONOGRAFIA

domingo, 25 de octubre de 2009

EL PODER DEL INDIVIDUO

Por: William Ospina
“QUÉ OBRA MAESTRA ES EL HOMBRE. Cuán noble por su razón, cuán infinito en facultades. En su forma y movimientos cuán expresivo y maravilloso. En sus acciones, qué parecido a un ángel, en su inteligencia, qué semejante a un Dios. ¡La maravilla del mundo, el arquetipo de los seres!”.

Desde el Renacimiento, cuando Hamlet nos dejó esa asombrada y superlativa definición del ser humano, cada vez más oímos hablar de la importancia del individuo, de todo lo que cada uno puede lograr como síntesis de las habilidades y las experiencias de toda la especie. Así se alimentó la ilusión de que cada ser humano fuera Leonardo da Vinci: la plenitud de la belleza, la armonía, la fuerza creadora, la destreza, el pensamiento y la invención.

También en el Renacimiento apareció la figura de Don Quijote, el soñador capaz de sacar de una polvareda en la llanura todo un ejército con sus generales y sus estandartes, de una posada polvorienta un palacio, de una moza desgreñada y tosca una criatura inmortal.

Pero la edad del individuo, antes que potenciar nuestras facultades, prefirió adular nuestros apetitos, y entronizó el derecho al confort y al consumo como fin último de la existencia. Es importante señalar que lo más contrario a una sociedad de creación es una sociedad de consumo. Leonardo era un extraordinario creador, y para ello se requieren estímulos y talentos pero también criterios y valores, alguien capaz no sólo de exigir sino de exigirse. Desafortunadamente la Declaración de los Derechos del Hombre, poniendo todo el énfasis sobre nuestros derechos, olvidó recordarnos que también tenemos deberes, que una sociedad se construye también con responsabilidades.

Pensado por Descartes, devuelto por Rousseau al estado de inocencia, convertido gracias a Voltaire en el enciclopédico crítico de la cultura, exaltado por Danton y sus revolucionarios en soñador de un nuevo orden social, y por Robespierre en verdugo de la tradición, ese individuo histórico se exaltó, a comienzos del siglo XIX, en el arquitecto de las nuevas sociedades, a través de hombres como Napoleón y como Simón Bolívar. Por un instante, todo parecía posible para el individuo, convertido en el alfarero del tiempo, en el faro del porvenir.

Pero algo faltó para que el sueño fuera completo. Tal vez una mayor claridad en el hecho de que, si el individuo puede llegar a encarnar la plenitud del orden, del pensamiento, de la audacia y de la creatividad, en la misma medida puede llegar a ser la plenitud del horror, del mal, de la furia destructiva y de la locura criminal. Shakespeare no lo ignoraba, y sus héroes fácilmente derivan hacia el horror y hacia el crimen. Hamlet mismo, que acaba de pronunciar en el escenario tan hermosas palabras, termina desencadenando en su venganza una lastimosa mortandad. Y al generoso Don Quijote, aquellos a quienes viene a ayudar no siempre le agradecen por esa ayuda momentánea, pues saben que después los dejará otra vez solos a merced de la arbitrariedad y de la violencia. Cervantes no admiraba tanto a su personaje como para ignorar que los redentores no siempre nos redimen, que después del paso de los salvadores el mundo a menudo queda peor.

Los individuos extraordinarios suelen ser fruto de circunstancias extraordinarias, pero en nada deberíamos esforzarnos tanto como en la construcción de un orden social en el que a la gran mayoría le corresponda siquiera un mínimo de justicia. Porque si bien el orden aristocrático permite a veces el florecimiento del genio leonardesco, los órdenes excluyentes suelen ser semilleros de la violencia y de la crueldad.

Hoy, peligros mayores amenazan al mundo. El desarrollo acelerado de la técnica, así como pone al alcance de todos cada vez más conocimientos y recursos de la civilización, al mismo ritmo pone en todas las manos un poder de destrucción desenfrenado. Paul Virilio llegó a escribir, mucho antes de los atentados de septiembre del 2001, estas palabras: “Desde hace poco, en efecto, la miniaturización de las cargas y los progresos químicos en el terreno de la deflagración de explosivos favorecen una ecuación hasta ahora inimaginable: un hombre = una guerra total”.

Desafortunadamente los poderes destructivos trabajan mucho más intensamente que los creadores. El arte de matar es asignatura obligatoria en los horarios de mayor audiencia. La velocidad, la fuerza y el triunfo súbito son los valores que cautivan al mundo. Parece tarde para que alguien nos eduque en las virtudes de la contemplación, de la introspección, de las lentas maduraciones. Con razón Hamlet terminó su frase sobre el ser humano con esta exclamación desencantada: “¡Y sin embargo, qué es para mí esta quintaesencia del polvo!”.

Es el peligro de los énfasis. Mejor que unos cuantos seres excepcionales sería tener muchos seres felices. Tal vez no necesitamos superhombres, en el sentido de Nietzsche o de las historietas, sino generosos seres humanos, y para ello el énfasis no puede estar en las facultades de cada uno sino en la capacidad de convivir con los demás.

domingo, 6 de septiembre de 2009

EDUCACIÓN

Por: William Ospina

(Leído en la clausura de Metas 2021, de la Organización de Estados Iberoamericanos)

UNA COSA ES LA EDUCACIÓN Y OTRA es el sistema escolar. Por momentos coinciden, pero la educación comienza mucho antes de la llegada de los niños a las aulas. Por eso tiene tanto sentido la frase de Bernard Shaw: “Mi educación se vio interrumpida con mi ingreso a la escuela”.

La primera forma de enseñanza es el ejemplo, y lo más importante es la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Kafka veía con alarma que su padre les prohibía a los hijos exactamente todo aquello que él se permitía hacer en la mesa y en la vida, y de allí nació su crítica espantada a las arbitrariedades de la patria potestad. Nuestros primeros educadores son padres, parientes, amigos, gentes desconocidas en las calles, autoridades, gobernantes, medios de comunicación.

A menudo, cuando un niño llega a la escuela, los rasgos fundamentales de su educación y acaso de su existencia ya están trazados. Y así como existen influencias también existen vocaciones, aquello que en la fisiología y la sensibilidad nos predispone a determinados temas y disciplinas. Por eso es tan importante que desde la primera etapa de la vida se nos escuche y no sólo se nos enseñe. Ver a un niño como un cántaro vacío que hay que llenar de cosas, de información, de deberes y rigores, es olvidar que en cada instrumento existe ya la pauta de un sonido, que hay maderos que contienen canoas y maderos que contiene guitarras.

Un buen maestro no es sólo quien sabe hablar sino sobre todo quien sabe escuchar, el que descubre qué potro está encerrado en el bloque de mármol. Y por eso es tan nociva la sobreexposición a los medios de comunicación, que siempre hablan y nunca escuchan, y que sobre todo son incapaces de escuchar lo tácito, lo que todos decimos sin hablar.

El aprendizaje de nuestro propio valor, de nuestra propia dignidad, es lo primero. Nunca llegará a saber nada el que no sabe de sus propios derechos y posibilidades. Por eso la educación que tiraniza y que irrespeta, la educación que masifica, es fuente de todos los fracasos y todas las violencias. Por ello la educación no es simplemente la solución a los problemas de la sociedad: a veces es el problema. Puede educarnos en la exclusión, en el racismo, en el clasismo, en las manías de la estratificación social. Sólo cierto tipo de educación forma realmente individuos y forma ciudadanos.

Es ingenuo pretender que si el niño llega a la escuela ya hemos cumplido nuestros deberes con él: también hay que preguntarse qué escuela es esa y en qué tipo de sociedad está levantada. Acabo de leer el informe que una revista trae esta semana, sobre niños muertos de miedo de tener que ir a la escuela, porque para llegar tienen que atravesar entre las balas. El país es una gran escuela en la que crecen las escuelas pequeñas, y si todo es un campo de guerra, donde la única oferta de empleo para los muchachos es la violencia pagada por todos los ejércitos, de poco sirve que en la escuela se alternen los discursos de Platón y de Cristo.

Lo primero que tenemos que aprender es a no hacer trampa, a respetar a los otros, a respetarnos a nosotros mismos, a tener un sentido de comunidad, a apreciar el valor del trabajo. Sentirnos pertenecer a una memoria, a un territorio, a un sistema de valores. ¿Están nuestra sociedad y nuestra escuela formándonos en esos principios? Que la gente haya tenido una costosa educación no significa que sea bien educada: parte de la violencia que padecemos no es fruto de seres iletrados; basta ver los foros de los periódicos para entender que hay gente que escribe con odio y con violencia; uno de los mayores males de nuestras sociedades, la corrupción, suele ser obra de gentes que lo han tenido todo, incluidos títulos universitarios.

He dicho que primero aprendemos por el ejemplo. En segundo lugar, creo que aprendemos por el diálogo. Éste no sólo nos inicia en el conocimiento de que existe una verdad, sino en la conciencia de que podemos interrogarla, matizarla, atrever opiniones. El diálogo estimula la curiosidad y el deseo de saber. Y allí podemos percibir la importancia de las artes en la formación de nuestra sensibilidad, de nuestra honda humanidad. Enmanuel Kant dejó escrito que la más importante de las artes es la conversación. Porque en ella intervienen la memoria, la inteligencia, el carácter, la sensibilidad, el conocimiento de los otros, la imaginación. En ese arte los amigos son nuestros maestros, y los maestros son nuestros amigos.

En tercer lugar está, por supuesto, la lectura. Los planes de alfabetización a veces olvidan que la lectura supone por lo menos tres elementos: el desciframiento, la comprensión y la crítica. Conozco personas que pueden deletrear, descifrar un texto y que sin embargo no lo comprenden. Basta oír a alguien leer en voz alta para saber si está comprendiendo lo que lee. Y cuando hablo de comprensión hablo a la vez de entender un texto y de sentirlo.

Hay personas que me han confesado que entienden un poema cuando lo leen, pero que sólo lo sienten cuando escuchan a otra persona diciéndolo. Porque hay una carga de emoción en los textos, y no sólo en los textos poéticos, un contenido de belleza, de sentimiento, de pasión, de deleite o de maravilla, que va más allá del mero entender, que exige la participación de las emociones, que está gobernado por el ritmo y si se quiere por la música.

Finalmente, la lectura verdadera tiene que ser capaz de crítica, de dialogar con el texto, de atrever objeciones, de construir a partir de él opiniones propias, otras alternativas, otros sentidos y desenlaces. ¿En qué parte de la educación formal está incluida la formación de la sensibilidad y del criterio? Queremos una educación que nos haga buenos profesionales y buenos operarios, pero sobre todo necesitamos una que nos haga valientes ciudadanos, y lúcidos seres humanos. ¿Quién nos enseña a tener opiniones propias, serias, razonadas? ¿Quién nos educa para no ser veletas bajo la manipulación de tantos poderes e intereses que hoy controlan el mundo? ¿Cómo formar parte de una civilización y no de un reducto de intereses o de un campamento de supervivencia? ¿Cómo pensar y vivir en función del engrandecimiento de una sociedad y no de la defensa mezquina y a veces suicida de un mero proyecto personal o gremial?

A partir de cierto momento la educación sólo puede ser activa. Compartir conocimientos, investigar, crear, hacer. La investigación, la experimentación y el trabajo son altos instrumentos, pero sólo pueden servirnos si esa primera educación que nos hace humanos y ciudadanos se ha cumplido con coherencia y con profunda responsabilidad.
WILLIAM OSPINA (El Espectador, domingo 6 de septiembre de 2009)