viernes, 21 de agosto de 2009

¿POR QUÉ DEBO ESTUDIAR FÍSICA?

Durante mucho tiempo nuestros antepasados fueron asustados y asombrados por los fenómenos naturales que ocurrían. Estos cambios de ánimo producidos por dichos fenómenos llevaron a estos hombres a buscar explicaciones a estos hechos e intentar controlar a la naturaleza ya que los efectos que producía a veces eran catastróficos.

Las primeras explicaciones a lo que ocurría estaban rodeadas por un ambiente religioso, cada fenómeno se convirtió en un Dios incontrolable e inentendible al que solo la adoración constante y el sacrificio sistemático podían calmar de sus periódicas furias.

Esta forma de control se fue perfeccionando hasta ser manejada por los hombres para manejar a otros hombres. Los dioses fueron tomando formas cada vez más humanas, vengadoras, castigadoras y segregadoras donde solamente unos pocos escogidos comprendían la fuerza de sus argumentos y solamente por intermedio suyo se podría, con bastante suerte, eludir los terribles efectos producidos por dejarse llevar por la libertad del pensamiento.

Los sentidos eran controlados por los dioses, nos los habían dado a ellos se debían, por lo tanto todo lo que por ellos era percibido era obra de ellos y no había opción de equivocación, el mundo era lo que los sentidos percibían, era la obra del creador y no había lugar a dudar de ella. Lo que no se pudiera comprender sería explicado por aquellos que tenían un enlace directo con el arquitecto de esta obra suprema.

Pero el hombre fue dotado de pensamiento y este iba más allá de los sentidos, imaginaba, soñaba, analizaba, relacionaba, encontraba nuevas explicaciones a lo que veía y también a lo que no veía pero entendía que estaba ahí. Los movimientos estelares ya no eran tan perfectos como nos habían contado, tal parecía que a Dios le gustaba más una casa más grande y cálida que nuestra por momentos gélida morada, pronto cada uno de los dioses fue reemplazado por explicaciones herejes que sin negar el poder supremo daban al hombre divinidad.

Los elegidos no podían conceder esta perdida de poder y pretendieron que no se supiera lo encontrado, que se olvidara lo que se sabía utilizando para esto todos los métodos posibles, muy pronto las llamas irían tras de aquellos que buscaban la verdad. Aquellos que se negaban a ella buscaron nuevas formas de hacer conocer lo que sus sentidos y mentes les habían revelado, la belleza del arte fue una posibilidad. La pintura, la escultura, la literatura pugnaron por ser quienes mostraran a quien quisiera entender que el mundo en que vivían era además de hermoso fantástico.

Esta forma de acercarse subrepticiamente a la verdad no daba claridad total sobre lo que se había desentrañado, que había leyes que regían el movimiento de las cosas y que estas no eran las leyes de Dios, que no solo unos cuantos entendían el funcionamiento del universo sino que este estaba a la mano de quien se atreviera a introducirse en sus laberintos, que era posible predecir lo que sucedería aunque aún no lo pudiéramos controlar.

Pero para este hombre nada será sencillo, el placer del conocimiento va acompañado del estudio de los códigos en que este nos habla, el poder de predicción nos había sido otorgado por el Dios de la razón pero este pide a cambio sacrificios. Son los sacrificios deliciosos del conocimiento de los códigos, de las leyes, de los principios que rigen el universo. En un justo intercambio por este sacrificio se nos da la oportunidad de permitir que nuestro pensamiento sea el que guíe nuestras acciones, se nos otorga el que podamos nosotros mismos mejorar las condiciones en que la humanidad subsiste y se nos da la responsabilidad de mantener estas condiciones.

Además el Dios de la razón no nos cierra las puertas a adentrarnos más en la búsqueda de respuestas a nuevos interrogantes que van apareciendo y nos otorga un método para que esta búsqueda sea más beneficiosa, nos engaña haciendonos creer que el inconmensurable universo se hace un poco más pequeño. De esta manera se dividieron las entidades, la que formaría nuestra alma y la estructura de nuestra mente.

JORGE ELIÉCER VILLARREAL FERNÁNDEZ

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