martes, 28 de diciembre de 2010

¿DE QUÉ SIRVE EL PROFESOR?

UMBERTO ECO

En el alud de artículos sobre el matonismo en la escuela he leído un episodio que, dentro de la esfera de la violencia, no definiría precisamente al máximo de la impertinencia… pero que se trata, sin embargo, de una impertinencia significativa. Relataba que un estudiante, para provocar a un profesor, le había dicho: “Disculpe, pero en la época de Internet, usted, ¿para qué sirve?”

El estudiante decía una verdad a medias, que, entre otros, los mismos profesores dicen desde hace por lo menos veinte años, y es que antes la escuela debía transmitir por cierto formación pero sobre todo nociones, desde las tablas en la primaria, cuál era la capital de Madagascar en la escuela media hasta los hechos de la guerra de los treinta años en la secundaria. Con la aparición, no digo de Internet, sino de la televisión e incluso de la radio, y hasta con la del cine, gran parte de estas nociones empezaron a ser absorbidas por los niños en la esfera de la vida extraescolar.

De pequeño, mi padre no sabía que Hiroshima quedaba en Japón, que existía Guadalcanal, tenía una idea imprecisa de Dresde y sólo sabía de la India lo que había leído en Salgari. Yo, que soy de la época de la guerra, aprendí esas cosas de la radio y las noticias cotidianas, mientras que mis hijos han visto en la televisión los fiordos noruegos, el desierto de Gobi, cómo las abejas polinizan las flores, cómo era un Tyrannosaurus rex y finalmente un niño de hoy lo sabe todo sobre el ozono, sobre los koalas, sobre Irak y sobre Afganistán. Tal vez, un niño de hoy no sepa qué son exactamente las células madre, pero las ha escuchado nombrar, mientras que en mi época de eso no hablaba siquiera la profesora de ciencias naturales. Entonces, ¿de qué sirven hoy los profesores?

He dicho que el estudiante dijo una verdad a medias, porque ante todo un docente, además de informar, debe formar. Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de afuera. Es cierto que lo que ocurre en Irak lo dice la televisión, pero por qué algo ocurre siempre ahí, desde la época de la civilización mesopotámica, y no en Groenlandia, es algo que sólo lo puede decir la escuela. Y si alguien objetase que a veces también hay personas autorizadas en Porta a Porta (programa televisivo italiano de análisis de temas de actualidad), es la escuela quien debe discutir Porta a Porta. Los medios de difusión masivos informan sobre muchas cosas y también transmiten valores, pero la escuela debe saber discutir la manera en la que los transmiten, y evaluar el tono y la fuerza de argumentación de lo que aparecen en diarios, revistas y televisión. Y además, hace falta verificar la información que transmiten los medios: por ejemplo, ¿quién sino un docente puede corregir la pronunciación errónea del inglés que cada uno cree haber aprendido de la televisión?

Pero el estudiante no le estaba diciendo al profesor que ya no lo necesitaba porque ahora existían la radio y la televisión para decirle dónde está Tombuctú o lo que se discute sobre la fusión fría, es decir, no le estaba diciendo que su rol era cuestionado por discursos aislados, que circulan de manera casual y desordenado cada día en diversos medios –que sepamos mucho sobre Irak y poco sobre Siria depende de la buena o mala voluntad de Bush. El estudiante estaba diciéndole que hoy existe Internet, la Gran Madre de todas las enciclopedias, donde se puede encontrar Siria, la fusión fría, la guerra de los treinta años y la discusión infinita sobre el más alto de los números impares. Le estaba diciendo que la información que Internet pone a su disposición es inmensamente más amplia e incluso más profunda que aquella de la que dispone el profesor. Y omitía un punto importante: que Internet le dice “casi todo”, salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar toda esa información.

Almacenar nueva información, cuando se tiene buena memoria, es algo de lo que todo el mundo es capaz. Pero decidir qué es lo que vale la pena recordar y qué no es un arte sutil. Esa es la diferencia entre los que han cursado estudios regularmente (aunque sea mal) y los autodidactas (aunque sean geniales).

El problema dramático es que por cierto a veces ni siquiera el profesor sabe enseñar el arte de la selección, al menos no en cada capítulo del saber. Pero por lo menos sabe que debería saberlo, y si no sabe dar instrucciones precisas sobre cómo seleccionar, por lo menos puede ofrecerse como ejemplo, mostrando a alguien que se esfuerza por comparar y juzgar cada vez todo aquello que Internet pone a su disposición. Y también puede poner cotidianamente en escena el intento de reorganizar sistemáticamente lo que Internet le transmite en orden alfabético, diciendo que existen Tamerlán y monocotiledóneas pero no la relación sistemática entre estas dos nociones.

El sentido de esa relación sólo puede ofrecerlo la escuela, y si no sabe cómo tendrá que equiparse para hacerlo. Si no es así, las tres I de Internet, Inglés e Instrucción seguirán siendo solamente la primera parte de un rebuzno de asno que no asciende al cielo.

La Nacion/L’Espresso (Distributed by The New York Times Syndicate)

(Traducción: Mirta Rosenberg)

Cómo copiar (bien) de Internet

Umberto Eco

Wikipedia: para los que no lo sepan, se trata de una enciclopedia en línea escrita directamente por el público. No sé hasta qué punto una redacción central controla las contribuciones que llegan de todas las partes del mundo, pero es verdad que cuando he tenido la ocasión de consultarla sobre argumentos que conocía (para controlar una fecha o el título de un libro), la he encontrado siempre bien hecha e informada. Claro que eso de estar abierta a la colaboración de cualquiera presenta sus riesgos: algunas personas se han encontrado en sus páginas asociados a acciones reprobables que no habían hecho. Naturalmente, protestaron y el artículo se corrigió.

Wikipedia tiene también otra propiedad: cualquiera puede corregir un artículo que considera equivocado. Hice la prueba con el artículo Umberto Eco: contenía un dato biográfico impreciso, lo corregí y desde entonces el artículo ya no contiene ese error. Además, el resumen de uno de mis libros incluía lo que yo consideraba una interpretación incorrecta, dado que decía que «desarrolla» una cierta idea de Nietzsche mientras que, de hecho, la contesto. Corregí «develops» con «argues against», y mi corrección también fue aceptada.

El asunto no me tranquiliza en absoluto. Cualquiera, el día de mañana, podría intervenir otra vez sobre este artículo y atribuirme (por espíritu de burla, por maldad, por estupidez) lo contrario de lo que he dicho o hecho. Además, dado que en Internet circula todavía un texto donde se dice que yo soy Luther Blissett, el conocido falsificador (incluso años después de que los autores del truco Blissett llevaran a cabo su buen coming out y se presentaran con nombre y apellido), podría ser yo tan socarrón como para dedicarme a contaminar los artículos que conciernen a autores que me resultan antipáticos, atribuyéndoles falsos escritos, transcursos pedófilos, o vínculos con los hijos de Satanás.

¿Quién controla en Wikipedia las correcciones de los textos? ¿O actúa una suerte de compensación estadística, por la cual una noticia falsa antes o después se localiza? El caso de Wikipedia es, por otra parte, poco preocupante con respecto a otro de los problemas cruciales de Internet. Junto a sitios absolutamente dignos de confianza, hechos por personas competentes, existen sitios completamente postizos, elaborados por incompetentes, desequilibrados o incluso por criminales nazis. Y no, no todos los usuarios de la Red son capaces de establecer si un sitio es fidedigno.

El asunto tiene una repercusión educativa dramática, porque, a estas alturas, sabemos ya que los estudiantes evitan consultar libros de texto y las enciclopedias y sacan las noticias directamente de Internet. Tanto, que sostengo desde hace tiempo que la nueva y fundamental asignatura que hay que enseñar en el colegio debería ser una técnica de selección de información de la Red. El problema es que se trata de una asignatura difícil de enseñar porque a menudo los profesores están en una condición de indefensión equivalente a la de sus alumnos.

Muchos educadores se quejan de que los chicos que tienen que escribir un trabajo de clase o, incluso, una tesina universitaria, copian lo que encuentran en Internet. Si lo hacen de un sitio poco creíble, cabe suponer que sus profesores detectan su impostura.Pero es obvio que sobre algunos temas muy especializados es difícil establecer inmediatamente si el estudiante dice algo falso.

Pongamos que un estudiante elija hacer una tesina sobre un autor muy, pero que muy marginal, que el profesor conoce de segunda mano, y se le atribuya una determinada obra. ¿Sería capaz el docente de decir que ese autor nunca ha escrito ese libro? Lo podría hacer sólo si por cada texto que recibe (y a veces pueden ser docenas) emprende un muy cuidadoso control sobre las fuentes.

No sólo el estudiante puede presentar un trabajo que parece correcto (y lo es) pero que está directamente copiado de Internet mediante el juego del copia-pega. Soy propenso a no considerar trágico este fenómeno porque también copiar bien es un arte que no es fácil, y un estudiante que copia bien tiene derecho a una buena nota. Por otra parte, también cuando no existía Internet los estudiantes podían copiar de un libro hallado en la biblioteca: el asunto no cambiaba tanto (salvo que implicaba más esfuerzo manual). Y, por último, un buen docente se da cuenta siempre cuando se copia un texto sin criterio y se huele el truco (repito, si se copia con discernimiento, hay que quitarse el sombrero).

Ahora bien, intuyo una forma muy eficaz de aprovechar pedagógicamente los defectos de Internet. Planteen ustedes como ejercicio en clase, trabajo para casa o tesina universitaria, el siguiente tema: «Encontrar sobre el argumento X una serie de elaboraciones completamente infundadas que estén a disposición en Internet, y explicar por qué no son dignas de crédito». He aquí una investigación que requiere capacidad crítica y habilidad para comparar fuentes distintas, que ejercitaría a los estudiantes en el arte del discernimiento.

Umberto Eco: “En el futuro, la educación deberá enseñar a comparar sitios Web”

El escritor y semiólogo, autor de “El nombre de la rosa”, habla del libro impreso, la semiótica, la filosofía y la traducción.

Por Por Eric Fottorino - Le Monde y Clarín, 2010.

Cuando se dice “Umberto Eco”, ¿de quién se habla: de un escritor, de un semiólogo? “Yo estudié filosofía. Por lo tanto me considero un filósofo, sobre todo porque considero que la semiótica es la única forma de filosofía posible en este momento – todo el resto es literatura”, se define a sí mismo, y provoca, el autor de El nombre de la Rosa y El péndulo de Foucault, nacido en Italia en 1932. Y enseguida refiere a su otra vocación, la literatura: “Yo soy un filósofo que hace filosofía de lunes a viernes y que, los fines de semana, escribe novelas… desde la edad de 48 años”.

Es un joven novelista… La editorial de Harvard va a publicar conferencias que di en Atlanta sobre la forma en que escribo. El título es Confesión de un joven escritor . Sí, me considero un joven escritor de 30 años.

En una entrevista afirmó: “Internet es el escándalo de una memoria sin filtro, donde no se distingue el error de la verdad”.

En el futuro, la educación tendrá como objetivo aprender el arte del filtro . Ya no hace falta enseñar dónde queda Katmandú o quien fue el primer rey de Francia, porque eso se encuentra en todas partes. En cambio, habría que pedirles a los estudiantes que analicen quince sitios para determinar cuál es para ellos el más confiable. Habría que enseñarles la técnica de la comparación.

En 2010, publicó “Nadie acabará con los libros”, con Jean-Claude Carrière (Lumen). Si leí bien, hay un objeto de perfección que es el libro, el libro de papel tal como lo conocemos. ¿Por qué? Es hasta el momento la manera más segura de conservar y transmitir la información. Por tres razones. En primer lugar, creo que es el más práctico para leer, aunque ahora haya jóvenes que dicen: “No, yo leo mejor en el iPad”. Después, está el amor por el objeto. Si voy a mi sótano y veo mi “Pinocho” de cuando tenía 8 años y en el que había escrito cosas, me vuelven emociones que no encuentro en un disco que contiene el texto de Pinocho. Por último, teniendo en cuenta mi edad y si hubiera existido, no podría recuperar el disco de Pinocho porque se habría desmagnetizado. Eso es un problema: las computadoras cambian tanto que no sabemos cuál es la vida útil de un disco… ¿Considera que el saber y el conocimiento siempre se difundirán a través de lo escrito, o que en cambio la cultura de la velocidad, la de Internet, terminará afectando nuestra capacidad de juicio? Creo que es necesario restablecer una cultura de monasterios, que en algún momento –yo ya me habré muerto, quizá– los que sigan leyendo tendrán que retirarse a grandes falansterios, al campo quizá, como los Amish de Pensilvania. Allí, se conserva la cultura y el resto, que flote como pueda flotar. Con 6 mil millones de habitantes en el planeta, no se puede pretender que haya 6 mil millones de intelectuales. Debemos ser un poco aristócratas desde ese punto de vista.

¿En qué cree usted hoy? ¿En la escritura, en los libros, en la cultura? En el punto de interrogación. En la investigación. Mire, los primeros, en el siglo XIX, que tomaron en serio el espiritismo no fueron los místicos sino los hombres de ciencia. Encontré a matemáticos y lógicos que de noche iban a hacerse leer las líneas de la mano. Cuanto más se desarrolla un trabajo científico, más se necesita otra cosa. Hay políticos que piden su horóscopo. Bush por ejemplo… ¿En Italia también? Actualmente, prefieren salir con chicas jovencitas.

¿Qué relaciones tiene con las traducciones de sus libros a otros idiomas, en la medida que, precisamente, usted habla esos idiomas? En lo posible, trabajo mucho con mis traductores. Pero hay que confiar. Es imposible seguir todo. Para cada libro, envío siempre a los traductores un legajo muy rico donde aclaro que una palabra o una frase determinada es “una alusión a”, que se podría decir de tal o cual manera. Por ejemplo, en La isla del día de antes (Editorial Lumen), todos los capítulos tenían el título de un libro del siglo XVII. Y esos libros existían en todas partes. Entonces les di la lista a los traductores.

Es lo que usted quería decir al escribir ese libro que se titula “Decir casi lo mismo” (Editorial Lumen). ¿Lo que importa es el “casi”? No, lo que importa es el “casi”, el “decir” y “lo mismo”. ¿Qué es lo que se traduce? ¿La superficie literaria o el sentido profundo? Un ejemplo trivial: hay un personaje imbécil que hace un juego de palabras, una ocurrencia que demuestra lo imbécil que es. El problema no es traducir ese juego de palabras literalmente, sino encontrar un juego de palabras imbécil en su propio idioma. En ese caso, lo importante no es el juego de palabras, sino el hecho de que el tipo es un imbécil.

¿Ya sintió la tentación de escribir en otro idioma que no sea el suyo? Sí, he escrito muchos ensayos en inglés. Directamente en inglés. Sucede vez más. Todos los científicos escriben en inglés.

viernes, 26 de noviembre de 2010

JOSÉ MUJICA Y LA EDUCACIÓN

Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura no sólo hay esfuerzo sino también placer.

Dicen que la gente que trota por la rambla, llega un punto en el que entra en una especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo le queda el placer.

Creo que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es puro disfrute.

¡Qué bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha gente!

Qué bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales.

No porque sea elegante sino porque es placentero.

Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines.

¡No hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen felices!

Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de shopping centers.

En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa nueva y de cajas de electrodomésticos.

No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible.

Digo que también podemos pensar en un país donde la gente elige arreglar las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un auto grande, elige abrigarse en lugar de subir la calefacción.

Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a Holanda y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección de los noveleros y los frívolos.

Los holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero también para ir a los conciertos o a los parques.

Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta tanto de consumos materiales como intelectuales.

Así que amigos, vayan y contagien el placer por el conocimiento.

En paralelo, mi modesta contribución va a ser tratar de que los uruguayos anden de bicicleteada en bicicleteada.

LA EDUCACIÓN ES EL CAMINO

Y amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene un nombre y se llama educación.

Y miren que es un puente largo y difícil de cruzar.

Porque una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo educativo y sostenerlo en el tiempo.

Las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le lucen a ningún gobierno, movilizan resistencias y obligan a postergar otras demandas.

Pero hay que hacerlo.

Se lo debemos a nuestros hijos y nietos.

Y hay que hacerlo ahora, cuando todavía está fresco el milagro tecnológico de Internet y se abren oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento.

Yo me crié con la radio, vi nacer la televisión, después la televisión en colores, después las transmisiones por satélite.

Después resultó que en mi televisor aparecían cuarenta canales, incluidos los que trasmitían en directo desde Estados Unidos, España e Italia.

Después los celulares y después la computadora, que al principio sólo servía para procesar números.

Cada una de esas veces, me quedé con la boca abierta.

Pero ahora con Internet se me agotó la capacidad de sorpresa.

Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda por primera vez.

O como los que vieron el fuego por primera vez.

Uno siente que le tocó en suerte vivir un hito en la historia.

Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los museos; van a estar a disposición, todas las revistas científicas y todos los libros del mundo.

Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo.

Es abrumador.

Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente.

Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua.

Lo conseguiremos si está sólida esa matriz intelectual de la que hablábamos antes.

Si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena.

Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo el océano de información, acá abajo preparándonos para la navegación trasatlántica.

Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada.

Y probablemente, inglés desde el preescolar en la enseñanza pública.

Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo.

No podemos estar afuera. No podemos dejar afuera a nuestros chiquilines.

Esas son las herramientas que nos habilitan a interactuar con la explosión universal del conocimiento.

Este mundo nuevo no nos simplifica la vida, nos la complica..

Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación.

No hay tarea más grande delante de nosotros.

jueves, 18 de noviembre de 2010

VYGOTSKY Y LA DIVERSIDAD

Imaginemos que en algún país, gracias a las condiciones especiales, los niños con defecto representen un valor excepcional y que les haya correspondido cumplir cierta misión especial o un papel social. Es difícil imaginar esto, pero es totalmente posible: en cierta ocasión el ciego pareció nacido para ser juez, sabio, profeta. Imaginemos que la ceguera fuera necesaria para algo útil en el aspecto social. Está claro que entonces la ceguera equivaldría a tener un destino social totalmente distinto para el hombre y el defecto se convertiría en un mérito. En la medida que es correcta la idea de que para el propio ciego la ceguera no constituye para el ciego un defecto, nosotros debemos aceptar que en ese país la ceguera (o la sordera, o la deficiencia mental) nunca podrá llegar a ser un defecto y el niño ciego, una persona con defecto. Por consiguiente 'la deficiencia', ya es una valoración social de la ceguera y de la sordera. La época de semejantes países imaginarios en el razonamiento científico hace tiempo que pasó y esos ejemplos han perdido la fuerza de su carácter demostrativo. Desde luego este tipo de país no existe en ninguna parte, es una construcción puramente ilógica. Pero consideramos posible utilizar en la conclusión este razonamiento porque nuestra tarea no es introducir y confirmar esta idea, sino aclarar hasta el final la idea fundamental de este artículo: la ceguera y la sordera pueden no constituir una deficiencia. Si creáramos un país donde el ciego y el sordo encontraran un lugar en la vida, donde la ceguera no equivaliera indispensablemente a una insuficiencia, allí la ceguera no sería una deficiencia. La pedagogía social está llamada a realizar esta idea de la psicología defectológica. Vencer la deficiencia es la idea fundamental. Con el ejemplo citado quisimos demostrar que esta afirmación no es una paradoja, si no una idea totalmente transparente y clara hasta el mismo fondo" VYGOTSKY, L.S. (1992): Obras Completas. Vol. V. La Habana. Cuba: Ed. Popular.

martes, 9 de noviembre de 2010

MARTÍ Y LA EDUCACIÓN

En la obra de José Martí se puede encontrar una riqueza extraordinaria acerca de la educación, la enseñanza y cómo proyectarse en el proceso de formación de los niños y jóvenes. Como resultado de su sistematización se presentan un conjunto de postulados importantes, de los cuales se toman doce. (Martí, 1975):

_ Los niños saben más de lo que parece.

_ Lo que importa es que el niño quiera saber.

_ No se sabe bien sino lo que se descubre.

_ Que los niños no vean, no toquen, no piensen en nada que no sepan expresar.

_ La mente es como las ruedas de los carros, y como la palabra: se enciende con el ejercicio.

_ Que la escuela sea sabrosa y útil.

_ Sin pan se vive, sin amor, ¡no!

_ El cariño es la más elocuente de todas las gramáticas.

_ Los conocimientos se fijan más, en tanto se les da una forma más amena.

_ Siendo tiernos, elaboramos la ternura que hemos de gozar nosotros.

_ Las cualidades morales suben de precio cuando van acompañadas de cualidades inteligentes.

_ El fin de la educación no es hacer el ser humano desdichado, sino hacerlo feliz.

La Educación, entendida como fenómeno de carácter social refleja, de manera más o menos explícita, el grado de desarrollo económico, político y social alcanzado por la humanidad en un período histórico concreto.

Martí, J. (1975). Obras Completas. Editorial Ciencias Sociales. La Habana.