jueves, 29 de septiembre de 2011

UN PLANETA, DOS SOLES

Por: José Fernando Isaza

En una escena de la película 2001 odisea del espacio un planeta gira alrededor de 2 soles.

La revista Science describe que esto no sólo ocurre en la ciencia ficción. El telescopio Kepler, que mide la luminosidad de las estrellas, permitió descubrir un planeta de tamaño comparable a Saturno, que gira alrededor de unas estrellas de masa menor que nuestro sol.

Por la distancia a que están las estrellas de la Tierra, los telescopios ópticos las muestran como un punto luminoso; por lo tanto la probabilidad de observar ópticamente un planeta fuera del Sistema Solar es nula. Estos planetas llamados exoplanetas se han venido descubriendo en los últimos años gracias al uso de telescopios fotométricos, situados en satélites fuera de la atmósfera. Cuando un exoplaneta pasa por el disco de su sol, este eclipse disminuye ligeramente la luminosidad de la estrella. Los instrumentos actuales permiten medir variaciones inferiores al uno por mil en la luz emitida.

Las 2 estrellas, al orbitar mutuamente, producen eclipses que disminuyen el flujo luminar hasta en un 15%. El año del planeta es de 229 días y los soles giran en 41 días.

El análisis de las luminosidades permitirá experimentar en vivo el llamado problema de los tres cuerpos.

La ley de gravitación universal de Newton permitió comprobar que las órbitas de un planeta alrededor del sol son elipses. Nuestro Sistema Solar no consta de dos cuerpos, sino de 8 planetas y múltiples lunas, por lo cual las verdaderas órbitas no son regulares sino trayectorias caóticas. Este hecho, intuido por Newton, lo llevó a postular que de tiempo en tiempo el Creador debía actuar como un relojero ajustando las órbitas de los planetas para que mantuvieran su forma. Trayectorias caóticas irregulares atentaban contra el orden cósmico. El trabajo de buena parte de los físicos y matemáticos de los siglos XVIII y XIX fue encontrar soluciones a las ecuaciones gravitatorias que regulan la atracción de los cuerpos celestes. A finales del siglo XIX el rey de Suecia y Noruega, Oscar II, propuso un premio para quienes resolvieran el problema de las órbitas planetarias y permitieran saber si el Sistema Solar es estable. No parecía tarea imposible; se conocen las ecuaciones, las masas del sol y los planetas, las velocidades, etc. Poincaré afrontó el reto. Trató de resolver uno más sencillo: sol-tierra-luna, el famoso problema de los tres cuerpos. Como tantas veces ocurre en matemáticas, la respuesta fue negativa, el problema no se puede resolver. Su memoria a la academia de ciencias demuestra que es imposible encontrar las expresiones matemáticas de las órbitas planetarias. Soluciones numéricas es relativamente sencillo hallarlas.

El resultado de Poincaré muestra que aun con trabajo, imaginación y conocimiento es imposible resolver las ecuaciones en forma exacta. Poincaré gana el premio. Se considera que este concurso fue el precursor de los premios Nobel, aunque no hay uno para las matemáticas.

Poincaré se vio obligado a crear nuevas áreas de las matemáticas. La más notable es la topología y el análisis cualitativo de las ecuaciones diferenciales. Los amantes de la ciencia ficción, los matemáticos en el descubrimiento del nuevo exoplaneta como un nuevo laboratorio real o imaginario.

lunes, 19 de septiembre de 2011

LA PROTESTA ESTUDIANTIL: LO QUE NO VIERON LOS MEDIOS *

Una marcha callejera con harta más alegría que destrozos, que los medios no entendieron y que sin embargo dijo cosas de sustancia sobre lo que quieren y no quieren los jóvenes, sobre la educación y sobre Colombia misma.

La marcha en los noticieros

El pasado 7 de septiembre salieron a las calles, una vez más, miles y miles de estudiantes, maestros de educación básica o secundaria y profesores de universidades públicas y privadas. Los medios informaron que se trataba de la conjunción entre la defensa del régimen especial en salud de los maestros y la protesta estudiantil por la reforma de la Ley 30 sobre educación superior. Parecía, entonces, un asunto del privilegio de unos y la inconformidad injustificada de otros. Injustificada, porque el presidente Santos ya había retirado a las instituciones con ánimo de lucro de la propuesta de reforma.

En los noticieros de televisión se mostraron las “pintas” y las bombas de pintura lanzadas a las fachadas de los edificios por donde pasó la marcha. También se presentó muchas veces la imagen de los agentes de la fuerza antidisturbios con sus escudos y sus cascos pintados de todos los colores. Esta imagen fue comentada como una burla a la fuerza pública y como una muestra de debilidad de su parte, que debía ser investigada por los organismos de control.

Esta manera de presentar el asunto es, por lo menos, superficial. Como tal, no permite entender qué pasa en la educación ni cuáles son los motivos reales de la movilización. Por el contario, hace pensar que todo es un capricho de unos pocos y una peligrosa permisividad de la fuerza pública. Poco aporte se hace desde esta perspectiva a la construcción de democracia. Es necesario profundizar e ir más allá de la pintura.

No fue simple vandalismo

En varias ciudades se presentó, además de la marcha, la habitual confrontación entre la fuerza pública y un grupo de encapuchados. En Bogotá no hubo papas explosivas, sino bombas de pintura, muchas pintas o grafitis de todo tipo, algunos vidrios rotos y casi ninguna papa explosiva.

Cuando unos pocos intentaron agredir e instigar a la fuerza pública, hubo expresiones mayoritarias de rechazo por parte de los marchantes a las acciones violentas que aplacaron la agresión.

Los policías lograron soportar las provocaciones que claramente eran muy diferentes de las habituales. No eran papas explosivas ni piedras ni palos. Eran bombas de color, como las del juego de Paint-ball. Una payasa apuntaba a la fila de policías con su bolillo de malabares. ¿No hay algo diferente en esta expresión de protesta? ¿No ha cambiado algo respecto de la tradicional confrontación? En principio, sí, aunque no se quiera aceptar.

Todo fue presentado como un acto vandálico inaceptable y se calculó el costo de la limpieza y de los vidrios rotos en más de 100 millones de pesos. La disminución de las ventas costó supuestamente más de 500 millones.

Si bien las pinturas pueden constituir una agresión, también son formas de expresión que muchas sociedades toleran con más tranquilidad. Las bellas imágenes que resultaron de esta manifestación, fueron leídas sólo como agresión. ¿No cabía otra lectura? Sí, pero los medios cerraron la puerta.

Por qué temer la protesta Cabe preguntarse por qué se cierra la puerta a otra interpretación. La explicación de fondo puede estar en la persistencia del conflicto armado en Colombia. No es un asunto natural o moral. Es histórico y específico.

La polarización alrededor de la acción armada produce una rápida asociación entre la protesta social y la confrontación que sostiene la guerra. La oposición se asocia con guerra o con la justificación de la guerra. Por esto se acude a la imagen de “unidad nacional” y se dejan al margen las posiciones llamadas “radicales”.

Precisamente por este estrecho margen, desde el profesorado hemos insistido en que cualquier expresión que pueda ser considerada agresión, deslegitima la protesta universitaria. Aún así, es necesario pasar a una interpretación de la pintura y su fondo, para no acallar esta o cualquier tipo de protesta.

Lo que se ve

Muchas de las pintas fueron puestas en las fachadas de los edificios de varias instituciones del Estado. Los vidrios rotos fueron los de algunos bancos y vitrinas enormes de grandes ventas de carros. El aviso del almacén Éxito fue complementado con muchas frases. Tal vez la más visible fue: “Éxito… ¿para quién?”.

Sin duda, todo esto habla de transgresión. Los estudiantes no quieren las instituciones que dicen representarlos. Tampoco las enormes ganancias de los bancos y de los vendedores de carros. Menos el éxito de los almacenes Éxito, que ya no son orgullo paisa, sino una enorme transnacional que acumula ganancias mucho más allá de la modesta economía nacional, aunque pague impuestos que resultan proporcionalmente ridículos.

La consabida consigna de “no a la reforma de la Ley 30”, se complementó con otras como “PND = muerte forestal”, o “menos guerra más educación”. Entre tanto, una mariposa gigante caminaba con un letrero muy visible: “alas para una Colombia educada y libre”. Un payaso cargaba una nube que decía: “Si saber no es un derecho, debe ser un izquierdo”. Una estudiante decidió pintar en su cara: “Educación con dignidad”.

Claro que se ve feo el letrero del Éxito con tantas pintas por todas partes, pero ¿no hace falta leer esa letra fea, hecha a la carrera?

Lo que no se ve

La pintura de las paredes no dejó ver que la marcha en Bogotá fue, otra vez, multitudinaria. Nadie habló del número. Pero para la democracia los números importan. Tampoco dejó ver que la confluencia entre maestros de la educación básica y secundaria con el movimiento universitario va más allá de ponerse una cita en la calle para defender cada uno lo suyo.

Confluyen en la idea de la educación como derecho y no como negocio. La confluencia viene dándose en el último año, precisamente porque la educación, en todos sus niveles, está mostrando que, a pesar del aumento de coberturas, aún insuficientes, la calidad está por el suelo y las desigualdades en la educación para ricos, medios y pobres es evidente. Y sólo una inversión decidida de la sociedad, a través del Estado, podría superar la reproducción de la desigualdad social, a través de la educación.

Este es un efecto perverso del modelo de competencia entre público-privado, con subsidio para pobres, con sistema de concesión y crédito educativo para la educación superior, que se ha venido desarrollando desde los años 90. Como en salud, la lógica de mercado, aunque tenga mecanismos de regulación, tiende a acumular los esfuerzos de la sociedad en unos pocos, mientras reproduce la desigualdad social existente.

La lógica del sistema educativo actual

No se trata de tener o no tener instituciones con ánimo de lucro. De hecho, las instituciones sin ánimo de lucro han crecido gracias a que el negocio de la educación no es malo. Se trata de un modelo de organización del sistema educativo que ha venido delegando la educación a la lógica empresarial, incluso, en las instituciones públicas, debido a una convicción incuestionable en las bondades de la competencia.

Se olvida que la educación es un bien complejo, que entre más se invierte en tecnología y conocimiento más costosa es y, por lo tanto, más difícil acceder a ella. Si se deja a la libre competencia y el Estado se convierte en un banco que les presta a las familias para que entren a ese mercado, no se está haciendo más que reproducir la relación entre nivel y calidad de educación desigual, según la capacidad de pago de las familias.

Mientras las familias se endeudan cada vez más, se fortalece la acumulación financiera y se abandona el proyecto de una inversión pública decidida, sostenida y suficiente.

El modelo es similar al que se ha aplicado en el sector salud desde la Ley 100 de 1993, donde la crisis habla por sí sola. Si se entienden la salud y la educación como derechos fundamentales, ligados a la condición de ciudadanos y no a la capacidad de pago de las personas, el asunto es a otro precio.

¿Qué quieren los estudiantes?

Los mensajes que no dejan ver la pintura en los escudos y los cascos policiales están diciendo lo que no quieren y lo que quieren los estudiantes. Entiendo que no quieren el estado actual de cosas en Colombia. Y que quieren reemplazar la guerra con educación. Y que la educación les significa libertad y dignidad.

Si estoy entendiendo bien, comparto, de manera decidida, su aspiración y su mensaje, aunque tengan que lavarse las fachadas.

* Médico, especialista en Bioética, magíster y doctor en Historia, Profesor Asociado del Departamento de Salud Pública, Facultad de Medicina, Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá.

sábado, 3 de septiembre de 2011

COMUNICADO CLAUSTRO SOBRE SUSPENSIÓN A JUEZ

CLAUSTRO DE PROFESORES DE LA FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS DE LA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

Recientemente un juez de la República, en ejercicio de sus funciones constitucionales y legales tomó una decisión de sustitución de una medida de aseguramiento contra un acusado.

El hecho, que es apenas normal en la actividad judicial, fue recibido con gran escándalo por diversas autoridades estatales. El Presidente de la República, los Ministros de Defensa y de Justicia, impugnaron mediáticamente la decisión judicial, pasando por alto uno de los más caros valores de un Estado de Derecho: la independencia judicial. Particularmente llamativos resultan los pronunciamientos de quien ejerce como Ministro de Justicia, que en un acto de soberbia e ignorancia, “amenaza” con interponer los recursos legales, olvidando que no es parte en el proceso y además, anuncia que decidirá sobre el destino del sindicado.

En medio del espectáculo desatado con este episodio, tanto los altos funcionarios del Estado que se han pronunciado, como los medios de comunicación han pasado por alto que las decisiones de los jueces tienen mecanismos de impugnación frente a los cuales, hasta ahora, nadie se ha tomado el trabajo de pronunciarse –por ejemplo, una apelación ante el superior jerárquico del juez suspendido-.

El Consejo Seccional de la Judicatura, con una rapidez sorprendente, decide suspender al juez en sus funciones por el término de tres meses, inicialmente.

Lo que probablemente resulta más problemático en toda esta situación es la aparente naturalidad con la que se recibe este tipo de noticias en la opinión pública y el manejo que recibe por los medios de comunicación. Lo verdaderamente escandaloso, se insiste, no es la libertad de un individuo por “peligroso” o “temible” que éste sea –para emplear las categorías del más rancio positivismo criminológico–, sino la manera tan apacible como es recibida la intromisión de uno de los poderes públicos en el ámbito general de competencias de otro. Lo que en verdad debería causar revuelo no es la actividad de un operador de justicia, sino el grave atentado al Estado de Derecho y a los valores más elementales de una sociedad civilizada como el respeto de la autonomía judicial.

Los medios de comunicación, ante episodios como éste, en lugar de fungir como instrumentos de información, se ocupan en cambio de promocionar linchamientos morales contra un juez de la República, poniendo en serio peligro su integridad física, jugando con su patrimonio moral y profesional, afectando su entorno social y familiar.

Como Claustro de una Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, creemos necesario hacer un ejercicio pedagógico y recordar que en este país, que dice ser un Estado de Derecho, hay un órgano encargado de hacer las leyes, otro de aplicarlas y otro de garantizar que se puedan ejecutar. Resulta paradójico que en episodios como éste, cuando un juez cumple su labor (aplicar la ley), se ataque el juez y no se cuestione la labor del legislador que previamente ha creado la ley, que el juez está obligado a aplicar.

El espectáculo mediático, protagonizado, otra vez, por altos funcionarios del Estado, muestra el poco respeto que se tiene por el Estado de Derecho, la separación de los poderes y la dignidad de la función judicial. ¿Qué legitimidad podrá tener un Estado ante el ciudadano común y corriente, cuando el Presidente y algunos de sus Ministros, denostan públicamente de los jueces?

Como profesores de una Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y ciudadanos lo menos que tendríamos que esperar de los altos funcionarios del Estado, es que sean leales con los valores del Estado al que se han obligado a representar y, en consecuencia, respeto por un servidor público que, se insiste, se atuvo a lo dispuesto en las normas que nos rigen.

Medellín, 31 de agosto de 2011