El sociólogo francés, autor de Repensar la justicia social,
afirma que los sistemas escolares tradicionales aumentan la inequidad, y
propone una completa reforma educativa.
Cuando, hace diez años, François Dubet preguntaba a
sus estudiantes en Francia dónde estaban las desigualdades sociales más graves,
le respondían: "Entre los pobres; entre los obreros". Cuando pregunta
eso hoy, no dudan: "Entre las mujeres, los inmigrantes, los jóvenes".
La experiencia personal le sirve a este sociólogo francés para ilustrar un
cambio contemporáneo en la concepción de la justicia social -de las
reivindicaciones socioeconómicas a la lucha contra la discriminación- que,
afirma, está profundizando las desigualdades. En Repensar la justicia
social , que acaba de editar Siglo XXI, y que Dubet vino a presentar a
la Feria del Libro, el autor critica el concepto de igualdad de oportunidades
que impera hoy en el discurso hegemónico, como un modelo que, al promover el
mérito como condición para ascender socialmente, transforma la sociedad en
"muy violenta y muy poco solidaria". En cambio, se pronuncia a favor
de la "igualdad de posiciones", que busca reducir las desigualdades
en las condiciones de vida y acortar las brechas sociales y económicas, una
idea que, afirma, podría ayudar a la "reconstrucción ideológica de la
izquierda", al menos en su país.
Director de estudios de la Escuela de Altos
Estudios en Ciencias Sociales de París, heredero de la sociología de Alain
Touraine, Dubet es conocido por sus trabajos en el campo de la educación.
"La justicia de un sistema escolar no está tanto en la cantidad de alumnos
pobres que llegan a la elite, sino en la calidad de la escuela de los alumnos
más débiles", afirma en diálogo con adn , y critica las
políticas educativas de mirada corta. "Los países que tienen buenos
resultados son los que han decidido reformar el sistema escolar
completamente", asegura.
-Afirma en su libro que la
igualdad de oportunidades descansa en una ficción.
-Decir que somos libres e iguales es una ficción, y
la igualdad de oportunidades es indiscutiblemente una ficción. Es un principio
de justicia que individualiza a los actores y pone a todos en competencia, y
creo que no está bien construir una sociedad sobre un principio como ése.
Además, el logro del mérito puede incrementar considerablemente las
desigualdades sociales. En el fondo, el mérito no impide que los más ricos
tengan todo y que estemos convencidos de que lo merecen, así como de que los
pobres merecen la pobreza. Como estamos en una sociedad muy individualista,
capitalista y liberal, el principio de la igualdad de oportunidades la
transforma en muy desigual, muy violenta y muy poco solidaria. Hoy la
concepción de las desigualdades sociales en Estados Unidos, Canadá y Europa
está basada únicamente en la discriminación, es decir, en los obstáculos al
mérito. Es verdad, pero no hay que olvidar que si un obrero está mal pagado no
es porque no tenga mérito, sino porque está siendo explotado.
-¿Hay alguna manera, dentro del
sistema capitalista en el que estamos, de encontrar un equilibrio entre la
igualdad y el mérito?
-Es verdad que estamos dentro de una economía
capitalista y en ella estaremos por un largo tiempo, pero el capitalismo no
determina la sociedad como una fatalidad. Canadá y Estados Unidos tienen
exactamente la misma economía capitalista, pero las desigualdades sociales son
dos veces menores en Canadá que en Estados Unidos; la inseguridad no existe en
Canadá; los canadienses gastan menos que Estados Unidos en la salud y tienen
mejor servicio; la escuela canadiense es muy igualitaria, la escuela
estadounidense no lo es en absoluto. Lo que nos quieren hacer creer los
liberales, de un lado, y lo que en Francia se llama "la izquierda de la
izquierda", por el otro, es que hay una fatalidad capitalista, pero la
historia social muestra que no la hay. En el interior de las sociedades siempre
hay capacidad de acción.
- ¿Qué le critica a la igualdad de
oportunidades?
-En Europa y Estados Unidos hay un cambio de
concepción de la justicia social. Cuando se piensan las desigualdades en
términos de "patrón-obrero", se piensa en una desigualdad de
posiciones sociales, pero cuando se razona "mujeres, jóvenes, inmigrantes",
como ahora, se hace en términos de discriminación. Hemos luchado mucho contra
la discriminación de las mujeres y hemos logrado que las mejores mujeres
asciendan pero no hemos disminuido las desigualdades entre las posiciones
sociales. Si yo quisiera realmente reducir las desigualdades entre mujeres y
hombres, subiría los salarios de las cajeras de supermercados, que son puestos
femeninos en general. Hay pocos puestos de jefe de Estado. Si la secretaria
está bien pagada y nunca llega a gerenta, es menos grave que si está mal pagada
y nunca alcanza un puesto gerencial.
-En general se afirma que la
escuela puede cada vez menos reducir las desigualdades sociales, pero usted
dice que las profundiza.
-Hay países como los escandinavos, los asiáticos,
Canadá, en cierta medida Inglaterra, en los cuales la escuela reduce las
desigualdades sociales. Y hay países en los cuales hay menos desigualdad en la
escuela que en el resto de la sociedad. Varios factores lo explican. Primero,
la repartición espacial de las desigualdades sociales. En las ciudades donde
los ricos y los pobres viven separados, las desigualdades escolares prolongan
las desigualdades sociales: los más ricos van a las mismas escuelas, lo mismo
ocurre con los más pobres. Hay un factor político: los países que más reducen las
desigualdades sociales tienen una escuela común, no selectiva, entre los 5 y
los 16 años. Y el tercer factor es que cuanto más decisivo es el rol de los
diplomas en el acceso al empleo, más fuertes son la competencia social y las
desigualdades escolares. Las buenas escuelas son las que dedican más esfuerzo a
los alumnos con más dificultades. La justicia de un sistema escolar no está
tanto en la cantidad de alumnos pobres que llegan a la elite, sino en la
calidad de la escuela de los alumnos más débiles. La verdadera dificultad hoy
es tener una pedagogía individualizada. Los países con mejores resultados
escolares son aquellos donde los docentes consideran que la igualdad social no
es contradictoria con la individualización de los alumnos. Y los alumnos que no
han tenido éxito en la escuela deben poder beneficiarse con otros tipos de
formación. Cuando yo era chico, la escuela les decía a los hijos de obreros que
probablemente iban a ser obreros, pero que la condición obrera iba a mejorar.
Hoy se les dice que la situación obrera es mala; que si tienen méritos, saldrán
de ella, pero si no los tienen, peor para ellos.
-Hoy hay un grave problema de
deserción, sobre todo en la escuela media.
-En todo el mundo.
-Y hay quienes se preguntan por
qué los chicos volverían a la misma escuela que abandonaron si no se generan
condiciones para que regresen.
-Creo que el problema de la deserción, sobre todo
en chicos a partir de los 12 o 13 años, debe hacer pensar por qué la cultura
escolar parece no interesar a los alumnos, por qué sienten que pueden acceder a
mucha información por sí solos. La escuela en este sentido es como la religión:
ha perdido poder de seducción. Por otra parte, estamos en una sociedad que les
dice a los alumnos que la escuela es indispensable para tener éxito en la vida,
y en cuanto un número de estudiantes entienden que no van a lograrlo, no les
interesa ir. Creo que hay que repensar completamente la escuela porque, al
menos en Francia, se ha transformado en un espacio de competencia por tener
trabajo. Hay dos peligros: el primero es decir que, ya que la sociedad es
desigual, capitalista, egoísta, no hay nada que se pueda mejorar en la escuela,
y la segunda es imaginar que la escuela puede resolverlo todo. Pero hay
escuelas mejores que otras. Y no es solamente una cuestión de recursos.
-Aquí se destina mucho dinero
para educación, pero los resultados no parecen acompañar esa inversión.
-En Francia se ha dado mucho dinero para educación
y los resultados no son buenos, porque hemos retrasado la formación de los
docentes y hemos perdido el coraje de hacer reformas. Los países que obtienen
buenos resultados son los que han decidido reformar el sistema escolar. Hace
treinta años ni los países escandinavos, ni Canadá, ni Inglaterra tenían buenos
resultados, y empezaron de nuevo. Hace falta inteligencia, capacidad política y
un Estado capaz de hacerlo. Sacar a los mejores alumnos de un barrio pobre y
mandarlos a una buena escuela hace que las condiciones sociales se degraden,
porque en el barrio pobre sólo quedan los peores alumnos. Se le hace justicia a
un individuo, pero la justicia individual se vuelve una injusticia colectiva,
porque se incrementan las distancias.
-La salvación individual no es la
salvación colectiva, como usted escribió.
-Exacto.
Hay que razonar como se hacía hace un siglo con la tuberculosis. La vencimos
con vacunas pero fundamentalmente con agua corriente, buena alimentación,
mejoras en las condiciones de la gente. Hoy vuelve la tuberculosis porque las
condiciones de vida se degradan. Y creo que los gobiernos han renunciado a
reparar eso. En Francia, al menos, la gente ya no cree que se pueda mejorar la
sociedad, sino sólo el destino de aquellos que lo merecen.
Por
Raquel San Martín
LA NACION