miércoles, 19 de enero de 2011

TRES CULTURAS FAMILIARES EN COLOMBIA 3

Texto inédito del filósofo colombiano Estanislao Zuleta

En Antioquia la parcela genera rasgos en cierto modo contrapuestos a los que produjo el latifundio en la costa; por ejemplo, el aislamiento originario; ya les había dicho que el antioqueño es de carácter reservado y tímido. Pero también la parcela es una contradicción, por lo siguiente: porque en la misma medida en que encierra a la gente en esa misma medida la expulsa, no tiene más relaciones con sus vecinos que relaciones de compadrazgo y de linderos; su vida social es los domingos en la plaza y en la misa y se acabó; regresa al silencio parcelario, a la falta de diálogos, al empleo del mínimo lenguaje, un silencio cada vez más extraño para nosotros, que vivimos rodeados de millones de palabras a todas horas; la cultura de las vertientes es una cultura cuyo principal rasgo histórico es que fue fundada por colonos libres y no bajo la forma ni de servidumbre ni de esclavitud. La homogeneidad social que ello produce es muy notable en Antioquia en la época de finales de la Colonia, durante el gobierno de Mon y Velarde, uno de los hombres más importantes, naturalmente; un gran pensador. Él calculaba que a finales de su gobierno las dos terceras partes de la población serían propietarias de tierras, un dato muy notable; el propósito de su gobierno era tratar de lograr que toda la población fuera propietaria de la tierra e hizo una gran campaña en ese sentido, una reforma agraria de verdad, no de las de ahora. En la población que se formó de una manera tan homogénea se observa esa homogeneidad en su lingüística, que se fue desarrollando en el trato; donde hay una dominación largamente prolongada, ésta marca el lenguaje y entonces la gente dice su merced; donde hay una homogeneidad largamente prolongada la gente dice don Fulano, porque la diferenciación de clases no marcó la forma del lenguaje. Por ejemplo, en Antioquia el castellano que emplean hoy los trabajadores y el castellano que emplean los ricos es muy similar, mientras que en otras regiones, como Cundinamarca, el habla popular y el habla de la aristocracia parecen dialectos diferentes. Eso es la huella de la homogeneidad.

Otra huella muy característica de la homogeneidad que produce un tipo de estructura familiar de un pequeño propietario —un reverso negativo pero muy típico de la homogeneidad— es el regionalismo. El regionalismo es característico de una región que tiene dos rasgos: primero, una cierta homogeneidad social, y segundo, un excedente demográfico. La primera se da porque donde hay una casta señorial, una aristocracia y una servidumbre nadie es regionalista. La servidumbre porque no se siente orgullosa de sí, sino avergonzada de existir, y la aristocracia porque no se siente orgullosa de ser de donde son esos indios, sino de proceder de España o de otra parte. Esto significa que donde no hay una cierta homogeneidad social no reina el regionalismo nunca. Eso marca la literatura.

Ustedes ven, por ejemplo, la literatura de poetas que están siempre buscando la manera de escribir como algún europeo, sobre un problema que nunca han vivido ni se ha presentado en su región, y la diferencia que tiene con la forma de literatura que fue particular de Antioquia en los primeros años de este siglo y en los últimos del siglo pasado. Tomás Carrasquilla, Fernando González, etc., son gentes que escriben con cierto orgullo en su propio lenguaje, como el habla popular vuelta literatura, en lugar de un habla ultra gramatical especialmente separada de la forma lingüística del pueblo. Ven ustedes cómo se expresa la estructura económica en la forma lingüística, literaria e ideológica; es un rasgo muy característico de una región en la cual se configura la familia como pequeña propiedad, como familia patriarcal, como división natural del trabajo; se consolida, por tanto, como una familia muy firme y produce en la población grandes contradicciones: por una parte, la hace conservadora, y por otra la hace emprendedora, porque la expulsa. En la parcela todos viven aislados, a los otros no los ven sino el domingo y por tanto con pena, y se tapan la cara con la ruana, pero cuando cumplen quince años no caben porque la parcela es suficiente apenas para que la trabaje el papá, que suele tener ocho, diez hijos; las cinco hectáreas fueron buena cosa para el señor pero para los ocho hijos no son nada porque no caben ahí, entonces les toca irse; por consiguiente la parcela, al mismo tiempo que aísla, que impone limitaciones e inhibiciones, obliga a la gente a emprender la búsqueda de una nueva colonización, a fundar otra parcela, a irse para alguna parte, a buscar alguna aventura, a buscar vida. De manera que crea ese carácter tan extraño de gentes que son al mismo tiempo conservadoras y aventureras, religiosas por la estructura familiar y sin embargo jugadoras, como ocurre en el Quindío, donde la gente sale de la misa el domingo a echar dados.

Esa contradicción de la misa y el dado es la contradicción de la parcela que contiene y simultáneamente aísla y expulsa, y que es parte importante de lo que nosotros denominamos el alma colombiana; esa es la clave de la pelea con el papá, cuando a los 16 o 17 años el muchacho se vuela de la casa con su varita y su ataíto; es una pelea que tiene la particularidad de que, aunque ciertamente el hijo se rebela y no acepta más micro dictaduras, la rebelión consiste en que se va a imitar al papá; es una identificación. El hijo se va, se busca su novia de vereda y la va a tratar exactamente como el papá trató a la mamá; va a coger su parcela como el papá la cogió y peleó con su papá para convertirse él en el papá.

Esa es la pelea identificatoria del carácter de nuestras zonas de vertiente y es una forma de vida, es un carácter, es una ideología interior. Muy diferente de lo que podemos considerar como nuestra cultura costanera latifundista, donde se produce un temperamento mucho más abierto, más descomplicado, más espontáneo. Pero así como no hay nadie que lo oprima a uno desde chiquito con su gritería y con su mandonería, tampoco hay nadie a quién superar, tampoco hay nadie de quién librarse y así no hay muchas inhibiciones ni muchas aspiraciones.

En el otro sector de la cultura colombiana, es decir, del pueblo colombiano, porque yo no me refiero a las aristocracias pues las aristocracias no tienen en realidad mucha importancia cultural; el hecho de que se cojan para sí toda la plata y exploten a todo el mundo no significa que tengan mucha importancia. En el otro sector —decía— del pueblo colombiano, nos encontramos con unas regiones en las cuales la historia produce un fenómeno completamente diferente y es que el poblamiento fue señorial; allí donde los españoles encontraban a quién explotar lo explotaban, allí donde no había una población aborigen propicia a la servidumbre les tocaba poblar a ellos mismos la región; por ejemplo, en las zonas donde encontraron tribus agrarias organizadas, como en Nariño, como en la meseta cundiboyacense, en la que los chibchas organizaron una explotación de tipo servil, los convirtieron en siervos. Es una cultura de altiplanos, llamémosla así para darle una denominación geográfica inapropiada, es cierto; pero lo importante no es el nombre sino el contenido de la cosa, lo importante es que la sepamos describir bien y no que la llamemos bien; no nos obsesionemos con las palabras. Llamémosla de altiplano, o si ustedes quieren, de origen servil.

El valle es un fenómeno muy interesante y hay muchos fenómenos que no entran en estas culturas. Yo estoy hablando de los grandes rasgos de la cultura y de la vida del hombre colombiano; por ejemplo, el llanero no entra en ninguna de las tres; es un fenómeno distinto, numéricamente en Colombia no es muy importante. Los más importantes son los tres rasgos culturales que les voy a decir. Ustedes encuentran por ejemplo en Boyacá y en Nariño, a pesar de que están separados por el espacio, a pesar de que entre los dos hay culturas de ríos, de bogas, culturas propiamente costaneras, encuentran un extraño parentesco en el lenguaje, en los giros que conservan del siglo XVI, tales como el su merced y en los que expulsan el vos. El vos es una forma del vosotros, una forma del lenguaje típico antioqueño y rioplatense, es decir, vosotros sois se reduce a vos sos, se le quita la i; vosotros queréis, vos querés, se reduce el vosotros a un vos quitándole el plural y reduciéndolo en una segunda persona del singular que procede de la segunda persona del plural, a la que se le quita el carácter plural quitándole la i en la conjugación del verbo. Todas las formas en las que el castellano del siglo XVI expresa sus excepciones señoriales son expulsadas de las regiones minifundistas, porque nada tiene que hacer con la tradición y el apellido quien nada hereda. No es muy importante tener un pergamino que diga que el abuelo de uno era Fulano o Mengano si uno no heredó un pedacito de tierra; eso se le va olvidando. Lo que no se olvida es cuando además del pergamino escrito con letra muy retorcida, está el latifundio que demuestra que el abuelo en realidad era muy importante porque si no fuera por él, uno sería un indio como los otros indios, y los peones trabajan para uno porque el abuelo era importante.