jueves, 20 de enero de 2011

TRES CULTURAS FAMILIARES EN COLOMBIA 4

Texto inédito del filósofo colombiano Estanislao Zuleta

El origen de las formas señoriales se borra en la pequeña parcela donde no se hereda nada y queda sin la huella lingüística, mientras que en la gran propiedad donde se conserva la forma latifundista por herencia, el antepasado es importantísimo y la aventura nula, porque el nacimiento decide lo que uno es: si fue latifundista pues uno debe ser un latifundista, ahí no hay más que hablar. De tal manera que el nacimiento se constituye en un destino y prácticamente desde el momento en que nace uno sabe ya qué va a ser de ese señor, cómo va a hablar, cómo le van a hablar, si le van decir de tú o le van a decir de su merced, con quién se va a poder casar y con quién no se va a poder casar, a quiénes va a poder amar con un amor expresivo y a quiénes no va a poder amar más que con una pasión oculta. Todo lo que le va a pasar ya lo saben cuando lo bautizan. Cuando uno ya está previamente definido y clasificado, en el momento mismo en que pega el primer alarido ya se sabe que el espíritu que allí se genera no va a ser muy aventurero; eso es lo que ocurre cuando hay lo que los sociólogos llaman clases con muy poca movilidad, es decir, señores siervos y señores propietarios. Los siervos no se convierten nunca en propietarios y los propietarios no se convierten nunca en siervos; por tanto, lo que llaman movilidad social escasea en una cultura en la cual la forma de dominación tiende a ser interiorizada, a diferencia de la esclavitud; en la esclavitud la explotación no se interioriza; los esclavos son más libres que los siervos, porque los siervos tienen el amo adentro y los esclavos lo tienen afuera, con su látigo y todo, pero afuera; con su capataz, pero afuera. Por consiguiente, si el amo se descuida se vuelan y se vuelven cimarrones; en cambio, para el siervo el amo no se descuida nunca porque lo lleva adentro; por eso la servidumbre no se puede producir sin una previa dominación ideológica, llamada con un nombre muy conocido: religión. Por eso los encomenderos eran señores a quienes especialmente les encomendaban los indios, es decir, les encomendaban que trajeran el cura doctrinero (así lo llamaban los españoles) para que los catequizara, porque si no lo hacían, si no los convertían, como diríamos hoy, los indios no servían para siervos.

El siervo es el que tiene la explotación interiorizada, el que funciona realmente cuando lleva el amo por dentro; por tanto, es una forma de vida y de civilización en la que los principales rasgos proceden de la interiorización de la dominación. Donde había tribus con sus propios caciques, ellas mismas agobiadas de tributos, fue muy fácil para los españoles imponer una forma de servidumbre; donde no las había, hicieron lo mismo que los ingleses hicieron en Norteamérica. La diferencia no es religiosa, como algunos creen; que como los ingleses eran bárbaros protestantes mataron a los pieles rojas y los echaron a bala en lugar de mezclarse con ellos, como los católicos en su infinita bondad lo hicieron aquí en Latinoamérica. Pues los ingleses hicieron con los pieles rojas exactamente lo mismo que los católicos hicieron con los pijaos o con los aburraes o con los caribes o con todas las tribus cazadoras y recolectoras que no servían para la servidumbre: los mataron y no se mezclaron con ellos. El que no sirvió para la servidumbre fue simplemente suprimido, protestantemente allá y católicamente aquí. Fueron suprimidos y se les podía hacer guerra justa porque se los consideraba consumados apóstatas y no sólo paganos. Paganos eran los explotables, y apóstatas los irreductibles a la servidumbre; esta era la formulación teológica del problema. Por tanto, se les podía hacer guerra justa a aquellos a los que no se podían volver siervos.

De manera que tampoco se dejen despistar mucho por esas formulaciones teológicas del problema. Los ingleses explotan a la gente que pueden explotar donde la encuentran. En Norteamérica no había tribus agrícolas importantes, en la India sí las había y las explotaron bien explotadas y las dejaron en una miseria peor de la que dejaron los españoles en Latinoamérica. Algunos espíritus liberales creen que Norteamérica tuvo la fortuna de haber sido dominada por Inglaterra en vez de los bárbaros españoles que no piensan sino en el honor y no quieren trabajar; pero los hindúes tuvieron la poca fortuna de ser dominados por Inglaterra y ya los ven cómo van. De tal manera que no hay que pensar que es la psicología de los pueblos ni el carácter de la religión lo que determina la historia.

Contra lo que el doctor Indalecio Liévano Aguirre piensa, contra lo que el doctor Alfonso López Michelsen piensa, vale decir ciertamente que los sermones no son el motor de la historia y que la diferencia entre los sermones evangélicos y los sermones católicos no es la causa de las diferencias entre Norteamérica y Latinoamérica sino otras mucho más profanas. Esta tercera forma que estoy comenzando a referir se produjo en las regiones que se poblaron en forma de dominación señorial de una población aborigen ya desarrollada desde el punto de vista agrícola, y organizada, unificada y con jefes. En primer lugar, para que una tribu pueda ser derrotada se necesita que esté unida y que tenga jefes. Los pijaos no podían ser derrotados porque los caciques eran mucho más variables; cada tribu producía su pequeño líder, desaparecía y producía otro. Eran tribus cazadoras y recolectoras con un desarrollo agrícola mínimo; por eso no estaban asentadas en un espacio limitado, por eso eran móviles; migratorios crónicos, como los caribes en casi toda la costa, no podían ser derrotados y menos aún esclavizados. El problema principal de los negreros (no creo que ustedes lo hayan leído en la historia de Colombia, que se ocupa tan poco de estas cosas) era evitar el suicidio, que era uno de los costos mayores que tenían los esclavistas, tanto los luteranos como los papistas, porque muchas tribus eran gentes cazadoras y recolectoras, e inmediatamente caían en la servidumbre tendían al suicidio. El suicidio colectivo fue uno de los problemas más graves en la conquista española y el que menos se menciona porque no es de muy grata recordación, sobre todo para quienes pretenden ahora defender las ideologías que entonces justificaron aquellas acciones.

Por ejemplo, en Cuba se suicidaron sociedades enteras tomando alimentos envenenados; entre los aburraes se suicidó una tribu entera. Ven ustedes que poco servían para la servidumbre y por eso la cultura a la que me estoy refiriendo está sólo donde había una cultura aborigen desarrollada, agraria, ya organizada. Padecía, pues, 500 años de servidumbre y ese pasado es optimista. Pero creo que ustedes se imaginan, sin necesidad de tener un vuelo muy alto de su imaginación, lo que puede ocurrirle a una población para la cual la infancia —porque la infancia es el origen de nuestro carácter, de nuestro modo de ser— es la única escuela real. La estructura familiar es la escuela primordial porque no es la que enseña cosas sino la que hace el carácter, no es la que transmite conocimientos sino la que constituye el modo de ser, el modo de sentir, de pensar y actuar, de vivir el cuerpo, el amor. Imagínense la escuela que significa para una cultura en conjunto el haber pasado su infancia en una familia con un padre vencido, con un padre que diga «mi amito», con un padre que incluso puede ser desalojado. Vean ustedes la sumisión y la hostilidad que pueden combinarse a raíz de ese origen: en lugar de altivez y cordialidad, hostilidad y servilismo. Afortunadamente también hostilidad, porque en la pareja hostilidad y servilismo, lo que yo considero bueno es la hostilidad y malo el servilismo, y lo que los señores que se aprovechan de esa situación consideran bueno es el servilismo y malo la hostilidad.

Yo lo que considero bueno, meritorio y progresista en el carácter de las regiones que se formaron en la esclavitud, es la pereza, porque la pereza es una manifestación de la dignidad humana, es la manifestación de que uno cuando está interesado en hacer un trabajo tiene y por qué ser diligente, y no como las mulas, que son muy diligentes en llevar la carga aunque a ellas no les interesa nada. Los hombres afortunadamente no son mulas y por eso son perezosos, protestan contra un trabajo que no los transforma y en el cual no está su futuro. Es una protesta interiorizada, convertida en casi inercia total, que se llama pereza: es un grito de dignidad humana, que les choca mucho a los esclavistas, pero que es una buena cosa de los esclavos. Y no es nada de la psicología de ningún pueblo. Esos señores que creen tanto en la psicología de los pueblos, esos antropólogos ingleses, esos psicólogos colectivos, consideraban hace no muchos años que había pueblos perezosos, pueblos inertes, entregados a la contemplación de su propia barriga, desinteresados del mundo circundante. Y tenían un ejemplo por encima de todo: el pueblo chino. Pero pasaron 29 años, y ese ejemplo se les está volviendo inquietantemente poco perezoso, inquietantemente activo. De tal manera que la psicología de los pueblos se les cambió en una forma repentina. Ojalá les siga ocurriendo.

En nuestro caso, en Colombia tenemos una forma cultural en la cual se han desarrollado mucho, se han adherido al lenguaje, todas las configuraciones del castellano del siglo XVI correspondientes a la dominación, a la interiorización de la servidumbre. En la música han preferido todo lo que expresa el fracaso, el amor imposible, el amor lejano. El famoso pasillo lleno de colores, música de esclavos satisfechos de su esclavitud, música de siervos que han interiorizado su servidumbre, una gran cosa para llorar de pasión, un chinguis chingui chinguis lo menos musical que pueda conseguirse. Bueno, eso somos nosotros, esas tres culturas cada vez más mezcladas en la licuadora que se llama vida urbana, donde se van volviendo una sola, donde se están convirtiendo ya no en tres culturas sino en una sola clase, que es cosa muy distinta. Cali es un ejemplo como ningún otro en Colombia de mezclas, de descomposición de tradiciones cultura1es campesinas en una forma de vida que produce una cosa nueva; no es ninguna de esas tres, es otra cosa, y esa otra cosa es la que les interesa a ustedes. Este era más que todo un paseo, una diversión, un establecimiento hasta cierto punto de un método de observación que he procurado hacer en esta primera charla sin término; es un simple recordatorio del origen de las tres culturas que ya hoy llevamos casi todos dentro, que en cierto modo somos, y de cuya descomposición va a salir el colombiano de mañana. Ojalá se descompongan ligero y salga bien distinto.