jueves, 20 de enero de 2011

TRES CULTURAS FAMILIARES EN COLOMBIA 4

Texto inédito del filósofo colombiano Estanislao Zuleta

El origen de las formas señoriales se borra en la pequeña parcela donde no se hereda nada y queda sin la huella lingüística, mientras que en la gran propiedad donde se conserva la forma latifundista por herencia, el antepasado es importantísimo y la aventura nula, porque el nacimiento decide lo que uno es: si fue latifundista pues uno debe ser un latifundista, ahí no hay más que hablar. De tal manera que el nacimiento se constituye en un destino y prácticamente desde el momento en que nace uno sabe ya qué va a ser de ese señor, cómo va a hablar, cómo le van a hablar, si le van decir de tú o le van a decir de su merced, con quién se va a poder casar y con quién no se va a poder casar, a quiénes va a poder amar con un amor expresivo y a quiénes no va a poder amar más que con una pasión oculta. Todo lo que le va a pasar ya lo saben cuando lo bautizan. Cuando uno ya está previamente definido y clasificado, en el momento mismo en que pega el primer alarido ya se sabe que el espíritu que allí se genera no va a ser muy aventurero; eso es lo que ocurre cuando hay lo que los sociólogos llaman clases con muy poca movilidad, es decir, señores siervos y señores propietarios. Los siervos no se convierten nunca en propietarios y los propietarios no se convierten nunca en siervos; por tanto, lo que llaman movilidad social escasea en una cultura en la cual la forma de dominación tiende a ser interiorizada, a diferencia de la esclavitud; en la esclavitud la explotación no se interioriza; los esclavos son más libres que los siervos, porque los siervos tienen el amo adentro y los esclavos lo tienen afuera, con su látigo y todo, pero afuera; con su capataz, pero afuera. Por consiguiente, si el amo se descuida se vuelan y se vuelven cimarrones; en cambio, para el siervo el amo no se descuida nunca porque lo lleva adentro; por eso la servidumbre no se puede producir sin una previa dominación ideológica, llamada con un nombre muy conocido: religión. Por eso los encomenderos eran señores a quienes especialmente les encomendaban los indios, es decir, les encomendaban que trajeran el cura doctrinero (así lo llamaban los españoles) para que los catequizara, porque si no lo hacían, si no los convertían, como diríamos hoy, los indios no servían para siervos.

El siervo es el que tiene la explotación interiorizada, el que funciona realmente cuando lleva el amo por dentro; por tanto, es una forma de vida y de civilización en la que los principales rasgos proceden de la interiorización de la dominación. Donde había tribus con sus propios caciques, ellas mismas agobiadas de tributos, fue muy fácil para los españoles imponer una forma de servidumbre; donde no las había, hicieron lo mismo que los ingleses hicieron en Norteamérica. La diferencia no es religiosa, como algunos creen; que como los ingleses eran bárbaros protestantes mataron a los pieles rojas y los echaron a bala en lugar de mezclarse con ellos, como los católicos en su infinita bondad lo hicieron aquí en Latinoamérica. Pues los ingleses hicieron con los pieles rojas exactamente lo mismo que los católicos hicieron con los pijaos o con los aburraes o con los caribes o con todas las tribus cazadoras y recolectoras que no servían para la servidumbre: los mataron y no se mezclaron con ellos. El que no sirvió para la servidumbre fue simplemente suprimido, protestantemente allá y católicamente aquí. Fueron suprimidos y se les podía hacer guerra justa porque se los consideraba consumados apóstatas y no sólo paganos. Paganos eran los explotables, y apóstatas los irreductibles a la servidumbre; esta era la formulación teológica del problema. Por tanto, se les podía hacer guerra justa a aquellos a los que no se podían volver siervos.

De manera que tampoco se dejen despistar mucho por esas formulaciones teológicas del problema. Los ingleses explotan a la gente que pueden explotar donde la encuentran. En Norteamérica no había tribus agrícolas importantes, en la India sí las había y las explotaron bien explotadas y las dejaron en una miseria peor de la que dejaron los españoles en Latinoamérica. Algunos espíritus liberales creen que Norteamérica tuvo la fortuna de haber sido dominada por Inglaterra en vez de los bárbaros españoles que no piensan sino en el honor y no quieren trabajar; pero los hindúes tuvieron la poca fortuna de ser dominados por Inglaterra y ya los ven cómo van. De tal manera que no hay que pensar que es la psicología de los pueblos ni el carácter de la religión lo que determina la historia.

Contra lo que el doctor Indalecio Liévano Aguirre piensa, contra lo que el doctor Alfonso López Michelsen piensa, vale decir ciertamente que los sermones no son el motor de la historia y que la diferencia entre los sermones evangélicos y los sermones católicos no es la causa de las diferencias entre Norteamérica y Latinoamérica sino otras mucho más profanas. Esta tercera forma que estoy comenzando a referir se produjo en las regiones que se poblaron en forma de dominación señorial de una población aborigen ya desarrollada desde el punto de vista agrícola, y organizada, unificada y con jefes. En primer lugar, para que una tribu pueda ser derrotada se necesita que esté unida y que tenga jefes. Los pijaos no podían ser derrotados porque los caciques eran mucho más variables; cada tribu producía su pequeño líder, desaparecía y producía otro. Eran tribus cazadoras y recolectoras con un desarrollo agrícola mínimo; por eso no estaban asentadas en un espacio limitado, por eso eran móviles; migratorios crónicos, como los caribes en casi toda la costa, no podían ser derrotados y menos aún esclavizados. El problema principal de los negreros (no creo que ustedes lo hayan leído en la historia de Colombia, que se ocupa tan poco de estas cosas) era evitar el suicidio, que era uno de los costos mayores que tenían los esclavistas, tanto los luteranos como los papistas, porque muchas tribus eran gentes cazadoras y recolectoras, e inmediatamente caían en la servidumbre tendían al suicidio. El suicidio colectivo fue uno de los problemas más graves en la conquista española y el que menos se menciona porque no es de muy grata recordación, sobre todo para quienes pretenden ahora defender las ideologías que entonces justificaron aquellas acciones.

Por ejemplo, en Cuba se suicidaron sociedades enteras tomando alimentos envenenados; entre los aburraes se suicidó una tribu entera. Ven ustedes que poco servían para la servidumbre y por eso la cultura a la que me estoy refiriendo está sólo donde había una cultura aborigen desarrollada, agraria, ya organizada. Padecía, pues, 500 años de servidumbre y ese pasado es optimista. Pero creo que ustedes se imaginan, sin necesidad de tener un vuelo muy alto de su imaginación, lo que puede ocurrirle a una población para la cual la infancia —porque la infancia es el origen de nuestro carácter, de nuestro modo de ser— es la única escuela real. La estructura familiar es la escuela primordial porque no es la que enseña cosas sino la que hace el carácter, no es la que transmite conocimientos sino la que constituye el modo de ser, el modo de sentir, de pensar y actuar, de vivir el cuerpo, el amor. Imagínense la escuela que significa para una cultura en conjunto el haber pasado su infancia en una familia con un padre vencido, con un padre que diga «mi amito», con un padre que incluso puede ser desalojado. Vean ustedes la sumisión y la hostilidad que pueden combinarse a raíz de ese origen: en lugar de altivez y cordialidad, hostilidad y servilismo. Afortunadamente también hostilidad, porque en la pareja hostilidad y servilismo, lo que yo considero bueno es la hostilidad y malo el servilismo, y lo que los señores que se aprovechan de esa situación consideran bueno es el servilismo y malo la hostilidad.

Yo lo que considero bueno, meritorio y progresista en el carácter de las regiones que se formaron en la esclavitud, es la pereza, porque la pereza es una manifestación de la dignidad humana, es la manifestación de que uno cuando está interesado en hacer un trabajo tiene y por qué ser diligente, y no como las mulas, que son muy diligentes en llevar la carga aunque a ellas no les interesa nada. Los hombres afortunadamente no son mulas y por eso son perezosos, protestan contra un trabajo que no los transforma y en el cual no está su futuro. Es una protesta interiorizada, convertida en casi inercia total, que se llama pereza: es un grito de dignidad humana, que les choca mucho a los esclavistas, pero que es una buena cosa de los esclavos. Y no es nada de la psicología de ningún pueblo. Esos señores que creen tanto en la psicología de los pueblos, esos antropólogos ingleses, esos psicólogos colectivos, consideraban hace no muchos años que había pueblos perezosos, pueblos inertes, entregados a la contemplación de su propia barriga, desinteresados del mundo circundante. Y tenían un ejemplo por encima de todo: el pueblo chino. Pero pasaron 29 años, y ese ejemplo se les está volviendo inquietantemente poco perezoso, inquietantemente activo. De tal manera que la psicología de los pueblos se les cambió en una forma repentina. Ojalá les siga ocurriendo.

En nuestro caso, en Colombia tenemos una forma cultural en la cual se han desarrollado mucho, se han adherido al lenguaje, todas las configuraciones del castellano del siglo XVI correspondientes a la dominación, a la interiorización de la servidumbre. En la música han preferido todo lo que expresa el fracaso, el amor imposible, el amor lejano. El famoso pasillo lleno de colores, música de esclavos satisfechos de su esclavitud, música de siervos que han interiorizado su servidumbre, una gran cosa para llorar de pasión, un chinguis chingui chinguis lo menos musical que pueda conseguirse. Bueno, eso somos nosotros, esas tres culturas cada vez más mezcladas en la licuadora que se llama vida urbana, donde se van volviendo una sola, donde se están convirtiendo ya no en tres culturas sino en una sola clase, que es cosa muy distinta. Cali es un ejemplo como ningún otro en Colombia de mezclas, de descomposición de tradiciones cultura1es campesinas en una forma de vida que produce una cosa nueva; no es ninguna de esas tres, es otra cosa, y esa otra cosa es la que les interesa a ustedes. Este era más que todo un paseo, una diversión, un establecimiento hasta cierto punto de un método de observación que he procurado hacer en esta primera charla sin término; es un simple recordatorio del origen de las tres culturas que ya hoy llevamos casi todos dentro, que en cierto modo somos, y de cuya descomposición va a salir el colombiano de mañana. Ojalá se descompongan ligero y salga bien distinto.

miércoles, 19 de enero de 2011

TRES CULTURAS FAMILIARES EN COLOMBIA 3

Texto inédito del filósofo colombiano Estanislao Zuleta

En Antioquia la parcela genera rasgos en cierto modo contrapuestos a los que produjo el latifundio en la costa; por ejemplo, el aislamiento originario; ya les había dicho que el antioqueño es de carácter reservado y tímido. Pero también la parcela es una contradicción, por lo siguiente: porque en la misma medida en que encierra a la gente en esa misma medida la expulsa, no tiene más relaciones con sus vecinos que relaciones de compadrazgo y de linderos; su vida social es los domingos en la plaza y en la misa y se acabó; regresa al silencio parcelario, a la falta de diálogos, al empleo del mínimo lenguaje, un silencio cada vez más extraño para nosotros, que vivimos rodeados de millones de palabras a todas horas; la cultura de las vertientes es una cultura cuyo principal rasgo histórico es que fue fundada por colonos libres y no bajo la forma ni de servidumbre ni de esclavitud. La homogeneidad social que ello produce es muy notable en Antioquia en la época de finales de la Colonia, durante el gobierno de Mon y Velarde, uno de los hombres más importantes, naturalmente; un gran pensador. Él calculaba que a finales de su gobierno las dos terceras partes de la población serían propietarias de tierras, un dato muy notable; el propósito de su gobierno era tratar de lograr que toda la población fuera propietaria de la tierra e hizo una gran campaña en ese sentido, una reforma agraria de verdad, no de las de ahora. En la población que se formó de una manera tan homogénea se observa esa homogeneidad en su lingüística, que se fue desarrollando en el trato; donde hay una dominación largamente prolongada, ésta marca el lenguaje y entonces la gente dice su merced; donde hay una homogeneidad largamente prolongada la gente dice don Fulano, porque la diferenciación de clases no marcó la forma del lenguaje. Por ejemplo, en Antioquia el castellano que emplean hoy los trabajadores y el castellano que emplean los ricos es muy similar, mientras que en otras regiones, como Cundinamarca, el habla popular y el habla de la aristocracia parecen dialectos diferentes. Eso es la huella de la homogeneidad.

Otra huella muy característica de la homogeneidad que produce un tipo de estructura familiar de un pequeño propietario —un reverso negativo pero muy típico de la homogeneidad— es el regionalismo. El regionalismo es característico de una región que tiene dos rasgos: primero, una cierta homogeneidad social, y segundo, un excedente demográfico. La primera se da porque donde hay una casta señorial, una aristocracia y una servidumbre nadie es regionalista. La servidumbre porque no se siente orgullosa de sí, sino avergonzada de existir, y la aristocracia porque no se siente orgullosa de ser de donde son esos indios, sino de proceder de España o de otra parte. Esto significa que donde no hay una cierta homogeneidad social no reina el regionalismo nunca. Eso marca la literatura.

Ustedes ven, por ejemplo, la literatura de poetas que están siempre buscando la manera de escribir como algún europeo, sobre un problema que nunca han vivido ni se ha presentado en su región, y la diferencia que tiene con la forma de literatura que fue particular de Antioquia en los primeros años de este siglo y en los últimos del siglo pasado. Tomás Carrasquilla, Fernando González, etc., son gentes que escriben con cierto orgullo en su propio lenguaje, como el habla popular vuelta literatura, en lugar de un habla ultra gramatical especialmente separada de la forma lingüística del pueblo. Ven ustedes cómo se expresa la estructura económica en la forma lingüística, literaria e ideológica; es un rasgo muy característico de una región en la cual se configura la familia como pequeña propiedad, como familia patriarcal, como división natural del trabajo; se consolida, por tanto, como una familia muy firme y produce en la población grandes contradicciones: por una parte, la hace conservadora, y por otra la hace emprendedora, porque la expulsa. En la parcela todos viven aislados, a los otros no los ven sino el domingo y por tanto con pena, y se tapan la cara con la ruana, pero cuando cumplen quince años no caben porque la parcela es suficiente apenas para que la trabaje el papá, que suele tener ocho, diez hijos; las cinco hectáreas fueron buena cosa para el señor pero para los ocho hijos no son nada porque no caben ahí, entonces les toca irse; por consiguiente la parcela, al mismo tiempo que aísla, que impone limitaciones e inhibiciones, obliga a la gente a emprender la búsqueda de una nueva colonización, a fundar otra parcela, a irse para alguna parte, a buscar alguna aventura, a buscar vida. De manera que crea ese carácter tan extraño de gentes que son al mismo tiempo conservadoras y aventureras, religiosas por la estructura familiar y sin embargo jugadoras, como ocurre en el Quindío, donde la gente sale de la misa el domingo a echar dados.

Esa contradicción de la misa y el dado es la contradicción de la parcela que contiene y simultáneamente aísla y expulsa, y que es parte importante de lo que nosotros denominamos el alma colombiana; esa es la clave de la pelea con el papá, cuando a los 16 o 17 años el muchacho se vuela de la casa con su varita y su ataíto; es una pelea que tiene la particularidad de que, aunque ciertamente el hijo se rebela y no acepta más micro dictaduras, la rebelión consiste en que se va a imitar al papá; es una identificación. El hijo se va, se busca su novia de vereda y la va a tratar exactamente como el papá trató a la mamá; va a coger su parcela como el papá la cogió y peleó con su papá para convertirse él en el papá.

Esa es la pelea identificatoria del carácter de nuestras zonas de vertiente y es una forma de vida, es un carácter, es una ideología interior. Muy diferente de lo que podemos considerar como nuestra cultura costanera latifundista, donde se produce un temperamento mucho más abierto, más descomplicado, más espontáneo. Pero así como no hay nadie que lo oprima a uno desde chiquito con su gritería y con su mandonería, tampoco hay nadie a quién superar, tampoco hay nadie de quién librarse y así no hay muchas inhibiciones ni muchas aspiraciones.

En el otro sector de la cultura colombiana, es decir, del pueblo colombiano, porque yo no me refiero a las aristocracias pues las aristocracias no tienen en realidad mucha importancia cultural; el hecho de que se cojan para sí toda la plata y exploten a todo el mundo no significa que tengan mucha importancia. En el otro sector —decía— del pueblo colombiano, nos encontramos con unas regiones en las cuales la historia produce un fenómeno completamente diferente y es que el poblamiento fue señorial; allí donde los españoles encontraban a quién explotar lo explotaban, allí donde no había una población aborigen propicia a la servidumbre les tocaba poblar a ellos mismos la región; por ejemplo, en las zonas donde encontraron tribus agrarias organizadas, como en Nariño, como en la meseta cundiboyacense, en la que los chibchas organizaron una explotación de tipo servil, los convirtieron en siervos. Es una cultura de altiplanos, llamémosla así para darle una denominación geográfica inapropiada, es cierto; pero lo importante no es el nombre sino el contenido de la cosa, lo importante es que la sepamos describir bien y no que la llamemos bien; no nos obsesionemos con las palabras. Llamémosla de altiplano, o si ustedes quieren, de origen servil.

El valle es un fenómeno muy interesante y hay muchos fenómenos que no entran en estas culturas. Yo estoy hablando de los grandes rasgos de la cultura y de la vida del hombre colombiano; por ejemplo, el llanero no entra en ninguna de las tres; es un fenómeno distinto, numéricamente en Colombia no es muy importante. Los más importantes son los tres rasgos culturales que les voy a decir. Ustedes encuentran por ejemplo en Boyacá y en Nariño, a pesar de que están separados por el espacio, a pesar de que entre los dos hay culturas de ríos, de bogas, culturas propiamente costaneras, encuentran un extraño parentesco en el lenguaje, en los giros que conservan del siglo XVI, tales como el su merced y en los que expulsan el vos. El vos es una forma del vosotros, una forma del lenguaje típico antioqueño y rioplatense, es decir, vosotros sois se reduce a vos sos, se le quita la i; vosotros queréis, vos querés, se reduce el vosotros a un vos quitándole el plural y reduciéndolo en una segunda persona del singular que procede de la segunda persona del plural, a la que se le quita el carácter plural quitándole la i en la conjugación del verbo. Todas las formas en las que el castellano del siglo XVI expresa sus excepciones señoriales son expulsadas de las regiones minifundistas, porque nada tiene que hacer con la tradición y el apellido quien nada hereda. No es muy importante tener un pergamino que diga que el abuelo de uno era Fulano o Mengano si uno no heredó un pedacito de tierra; eso se le va olvidando. Lo que no se olvida es cuando además del pergamino escrito con letra muy retorcida, está el latifundio que demuestra que el abuelo en realidad era muy importante porque si no fuera por él, uno sería un indio como los otros indios, y los peones trabajan para uno porque el abuelo era importante.

martes, 18 de enero de 2011

TRES CULTURAS FAMILIARES EN COLOMBIA 2

Texto inédito del filósofo colombiano Estanislao Zuleta

¿Qué ocurrió entonces en esas zonas que habían sido pobladas por la esclavitud? Pues que se convirtieron en zonas de latifundio, de explotación por medio de peones o por medio de agregados. El agregado se diferencia del esclavo en que él mismo se consigue la “lata”; también trabaja gratis como el esclavo pero no hay que darle de comer, no es sino dejarle algún pedazo de tierra para que él mismo se levante la comida; es una institución que todavía es muy frecuente en Colombia. No hay que darle nada y en cambio trabaja gratis; el sistema del agregado es un negocio muy bueno que hoy en día se emplea mucho en las dos costas colombianas, sobre todo en la atlántica. Vivieron en poblados en lugar de vivir en parcelas, y ese es un hecho muy importante para la constitución de la familia en una comunidad originaria, y no aislados, como ocurre en Nariño, en Antioquia, en Caldas, que son mosaicos de pequeños minifundios pero donde cada familia está encerrada dentro de su propia frontera. En lugar de eso en la costa atlántica las familias están agrupadas en poblados, al igual que en la costa pacífica, en el valle del Magdalena y en el Cesar, lo cual significa que desde el comienzo viven reunidas. Esto tiene un efecto muy notable en el carácter de los costeños, y es que son de muy fácil comunicabilidad entre sí; por tal razón se tratan de tú, de hermanos, mientras que los antioqueños no saben cómo hablarse los unos a los otros: si de usted, si de vos, si de tú. Por eso, en lugar de la timidez típica del ser que procede de la pequeña parcela, tienen esta rápida comunicabilidad. Son las familias en las cuales hay menos patriarcado en Colombia; allí la mujer cabeza de familia es muy frecuente; por su familia discurren varios maridos, o a veces uno solo, pero ella mantiene un poder que se acrecienta con los años.

En la costa atlántica hay una institución incomprensible para las zonas boyacenses, por ejemplo, y es la abuela: la abuela como fuente de poder, como autoridad, no como una viejita que ya no se sabe dónde ponerla. Y es que la mujer no solamente es la base de la estabilidad, el centro de la familia, sino que tiene un poder que crece a medida que se observa su permanencia; además, muchas veces es el centro económico o la cabeza de hogar. Eso significa que no padecen los costeños una micro dictadura familiar, como la padecen los antioqueños, ni por tanto tienen que hacer lo que es clásico en Antioquia en el momento en que surge la crisis de la pubertad: la volada de la casa a los 16 años. El joven se vuela de la casa y se va «para arriba», es decir, para el Cauca, para el Valle, para Pereira; ahora los de Pereira también se vuelan, pero antes los antioqueños se volaban para Pereira. En cambio, en la costa viven sin la inhibición que significa un patriarcado mísero y dictatorial, para llamarlo por ahora de un modo poco científico pero más o menos comprensible.

Ese patriarcado produce ciertamente muchas inhibiciones; fíjense en el carácter espontáneo y directo de los costeños, en sus relaciones con el cuerpo mucho más sencillas y más espontáneas; por ejemplo con el ritmo, con el baile: no hay nadie que baile peor en el mundo que un antioqueño y nadie que baile mejor que un costeño. Ahí está una medida de la inhibición marcada sobre el cuerpo y sobre las relaciones del cuerpo con el ritmo. Claro que el antioqueño tiene muchas otras inhibiciones pero también muchas aspiraciones, mientras que el hombre de pocas inhibiciones tiene pocas aspiraciones; esa es la otra cara del asunto.

Esa confianza primordial, es decir, ese lenguaje abierto, esa espontaneidad en el movimiento y en las relaciones con el propio cuerpo, esa falta de inhibición sexual que a veces se aproxima en ciertas regiones a la perversión colectiva, al animalismo, por ejemplo, les permite recoger la música correspondiente, la música de ritmos africanos. Esto es un paréntesis, pero un paréntesis muy importante; es un paréntesis teórico que les voy a hacer para que no se vayan a despistar en esta caracterización de las tres culturas de Colombia y, por tanto, de las tres órdenes familiares. Para que no se vayan a despistar les voy a hacer un pequeño paréntesis sobre el difusionismo; el difusionismo es una forma de explicar las cosas por el contagio: en tal parte existe tal cosa porque la recibieron de África, en tal parte existe tal otra porque la recibieron de España; por ejemplo el pasillo, porque lo recibieron de la abuelita, pero son los mismos pasillos.

En otras partes existen cumbias que son del África. De todas maneras es el origen lo que se busca y no la significación; se llama difusionismo porque creen que los rasgos de las culturas se explican por la difusión o contagio. Fue típico de la religión: donde veían a un Dios que moría y volvía a resucitar, se imaginaban que tenían que haberlo copiado de otra religión donde hay un fenómeno parecido. Así por ejemplo, los historiadores de la religión se imaginaron que los centenares de casos de los dioses que mueren y resucitan todos los años tienen que haber sido contagiados por uno primordial; por ejemplo, se imaginaban al principio que Adonai era un Dios egipcio que muere descuartizado por los demás, se va a los infiernos y al tercer día resucita. Hace tres mil milenios y medio que existe esa historia.

Todos los historiadores de la religión pensaban que alguno había copiado al otro. En realidad no es necesario; todos son dioses agrarios y resurrección es el nacimiento de las cosechas y todos resucitan en primavera y todos los dioses son enterrados en el momento de la siembra. De la misma manera los antropólogos demostraron, especialmente Lévi-Strauss en un ensayo magnífico sobre artes, que los rasgos artísticos aparentemente más específicos, corresponden a cierto grado de desarrollo de la vida social y no se deben a que se hubieran conocido ni a que tuvieran ningún contacto entre sí; uno de estos rasgos conocido como desdoblamiento de la representación, que consiste en pintar el animal o la persona como si le hubieran cortado la piel y la extendieran, que no es por tanto ni de frente ni de perfil sino como desenrollando, lo tienen tribus de Estados Unidos, Canadá, centro del Africa y la China, que no se conocen entre sí. De la misma manera, en las culturas que a nosotros nos interesa estudiar, no debemos apelar al difusionismo. El difusionismo no explica nada. Una cultura tiene un determinado rasgo idiomático, lingüístico, musical, familiar, etc., porque corresponde a su organización, de manera que el hecho de que exista una música en la costa no se explica porque la hayan importado de talo cual parte; al contrario, es la sociedad, la cultura la que explica por qué pudo haber importado esa y no otra.

Por esto hay que voltear el difusionismo al revés para abandonar el irracionalismo histórico, que generalmente se esconde bajo una capa de erudición en lugar de analizar por qué en una sociedad se produce un fenómeno; se busca de dónde se importó, cuando ese no es el problema central; si se importó es porque le corresponde. Hay muchas otras cosas que entran en contacto con una sociedad, y a pesar de que se las trata de imponer, no es posible porque no le corresponden.

Por eso el cristianismo, que es una religión que corresponde a la familia patriarcal, no pudo imponerse en ciertos países africanos. Aunque los cristianos europeos dominan por milenios un país donde no existe la familia patriarcal, no pueden imponer el cristianismo, como en las patrias árabes; por ejemplo, pudieron dominar Argelia durante centurias, pero no volverla cristiana. Así sucede en las costas atlántica y pacífica porque donde la familia patriarcal no impera, el cristianismo no tiene nada que hacer. A un señor que tiene su harén en la otra pieza, hablarle de crucifixión es nulo porque no quiere oír. Eso es obvio y específico de la familia patriarcal, de una determinada estructura de la familia patriarcal. Por eso en las regiones donde la familia patriarcal es muy débil, donde el patriarca no ejerce su micro dictadura doméstica, el cristianismo no se desarrolla ni echa honda raíz colectiva. Claro que en cosas particulares sí, pero no en la vida de la sociedad; a pesar de que sea la religión confesada, la religión oficial, a pesar de que no está en competencia con ninguna otra, no hunde sus raíces en el ánimo de las gentes, no se convierte en esa obsesión particular que caracteriza, por ejemplo, a la religiosidad antioqueña.

De manera que nosotros encontramos otro rasgo de la familia no difundido sino adecuado, no importa si los rasgos que vamos a descubrir son traídos o producidos en el terreno. Los que son traídos, lo son porque corresponden a lo que la gente es, si no, ni siquiera hubiesen sido aceptados. Por eso no se dejen despistar por la falsa erudición histórica del que sabe que tal rasgo procede de tal parte, pero no qué significa; de los comparatistas que siempre saben a qué pintores del futuro influenció y de quiénes padeció la influencia, pero no saben qué significa lo que pintó, ni lo que pintaron los que aparecieron. Esa forma de crítica histórica difusionista debe desecharse para poder pensar la cosa misma, es decir, una organización especial, una estructura. Tenemos, pues, que en esa estructura costanera nos encontramos con una carencia primordial, la carencia de un patriarcado; la debilidad de esa formación familiar tiene un origen económico muy evidente: primero su historia, que procede de la esclavitud, y segundo que la familia se formalice allí donde hay pequeña propiedad, y no donde no hay más propiedad que la de los latifundistas, y fuera de la propiedad de los latifundistas hay unos peones y agregados; entonces es evidente que la familia se debilita enormemente y sobre todo que no tiene ninguna estabilidad.

La familia es una necesidad para el parcelero. En las regiones donde se funda una agricultura personal o una colonización campesina directa, la familia corresponde a la llamada división natural del trabajo, y mientras el hombre echa hacha, la mujer prepara el almuerzo, por ejemplo. De cierta manera los niños colaboran desde chiquitos y la señora con su huerta, con su cría de gallinas, se convierte en una necesidad; pero para un señor que es peón de una mina y que vive allá, si se casa no encuentra una colaboración tan clara como la que encuentra una pequeña familia parcelera; es más bien una división del suelo que se va subdividiendo a medida que le van llegando más hijos. Por eso la familia es inestable donde reina el salario, y la prostitución crece precisamente donde reina el salario y disminuye donde reina la pequeña propiedad. Es un fenómeno típico del paisaje cultural colombiano; tendríamos que hacer varios mapas de Colombia: mapas de prostitución, de delincuencia, y todos los mapas montados sobre un primer mapa: el mapa de la propiedad privada, de las formas de propiedad y de las formas de relaciones económicas.