domingo, 13 de marzo de 2011

SIETE RETOS DE LA EDUCACIÓN COLOMBIANA PARA EL PERÍODO DE 2006 A 2019 (1)

Carlos Eduardo Vasco Uribe Universidad EAFIT Medellín, 10 de marzo de 2006

Agradezco mucho al Sr. Rector de la Universidad EAFIT y a los organizadores de esta serie de conferencias la invitación a compartir con la comunidad académica medellinense los temas s álgidos de la problemática educativa actual. Escogí para ello el tema de los retos que nos ofrece la educación colombiana en los próximos años. Delimité el período de 2006 a 2019 para hacerlo coincidir con los años que faltan para los 25 años que propusimos los comisionados de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo en 1994, cuando entregamos al país el informe “Colombia: Al filo de la oportunidad”, que también coincide con el documento de Planeación Nacional “Visión Colombia 2019”, para el segundo centenario de la iniciación de la república. De los muchísimos retos a los que nos referimos en ese informe y a otros muchos que han surgido en estos años, ya casi doce, seleccioné un número mítico de ellos: siete. Son los siguientes.

1. Ambientar la educación en la cultura política y económica colombiana como la inversión pública s rentable, no como un rubro engorroso del gasto público que debe recortarse al primer guiño del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial. La inversión masiva en la educación sigue estando ausente de los programas de los candidatos presidenciales y parlamentarias, de los documentos de Planeación Nacional; los CONPES de educación son apenas esquemáticos y el documento “Visión Colombia 2019 es muy decepcionante, pues no se compromete ni siquiera a más de lo mismo.

2. Articular la cobertura con la calidad. La mal llamada “Revolución Educativa del presente gobierno no tiene nada de revolución. Es un plan de cobertura sin inversión adicional. No tiene mucho sentido reclamar, como lo hace el gobierno, que ha cumplido con la meta de tener un millón de cupos nuevos en la educación básica y media en tres años, si la Contraloría nos dice que la deserción en ese mismo período es superior a los 700.000. No puede decirse simplemente que esa deserción se debe únicamente a problemas económicos de las familias. En las encuestas de la década del 90, cuando la crisis era mayor, cerca del 30% de las deserciones se debían a percepción de inutilidad y aburrimiento con los estudios. Claro que hay un problema de deserción por desplazamiento forzoso y también hay un problema económico en muchas familias, pero ese 30% de deserción por falta de calidad significa 200.000 alumnos menos que abandonan la educación y abren cupos nuevos.

En cualquier caso, la creación de nuevos cupos reales ha sido mucho menor, probablemente s cercana a los

100.000 cupos anuales. De todas maneras, esa es una cifra alta, porque esos cupos se han logrado sin inversión adicional y a punta de la mal llamada “racionalización”. Digo “mal llamada” porque ella crea otro tipo de irracionalidades: sin maestros que se sientan respetados y mínimamente remunerados; sin colegios amplios, limpios y bien mantenidos, y sin apoyos externos al cupo escolar mismo, como se ha visto en Bogotá con la necesidad de subsidios a la asistencia escolar, no sirve para nada el cupo adicional por maniobra de racionalización. ¿Por qué? Porque quien llegue a ocuparlo no encuentra suficiente calidad en la educación para que él mismo no quiera salirse y para que sus padres y otros familiares hagan todos los esfuerzos posibles para mantenerlo en un estudio que aprecian por sus frutos, por el aumento de la probabilidad de empleo digno y por la satisfacción que ellos perciben en los jóvenes mismos que permanecen estudiando. Sin mucha calidad adicional no es pues posible ni siquiera lograr las metas de cobertura, y por ello las cifras en secundaria y media no han aumentado. He dicho en otros foros, y parece cada vez más claro, que pensar en millón y medio de cupos en cuatro años sin inversión adicional es lo más cercano al pensamiento mágico que se ha visto en las políticas educativas de los últimos cien años.